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EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI

Infoxicación

El columnista de Adlatina define este fenómeno de la vida moderna. “La infoxicación está asociada con una patología consistente en vivir pendiente de la última novedad, del último chisme, del último rumor, no sólo en el propio país sino en el mundo”, explica Borrini.

Infoxicación
Citando a Zygmunt Bauman, Borrini relaciona esta conducta con el consumo en la sociedad moderna.

De la historia de la información, desde los tiempos más remotos hasta los actuales, del papiro a la Internet, se desmarcan momentos, situaciones relevantes, sobre todo glamorosas, que hacen que caigamos en la tentación de considerarlos “revolucionarios” aunque no todos merezcan ser considerados así.
Los medios de comunicación o de información crecieron mucho, al principio lentamente y luego, en los últimos veinte años, vertiginosamente. Hasta la década de 1920, la de la radio, el acceso a la información se reducía prácticamente a diarios y revistas. La televisión, desde los años 60, cambió nuestras vidas y nuestra agenda diaria. Ha logrado que nos sentemos ante la pantalla cuando ella quiere; programamos nuestra cena para poder sintonizar la película del día o la serie que nos gusta.
Pero nada es comparable con la llegada de internet y la expansión de los medios digitales. Son tiempos de la “revolución digital”, que algunos estudiosos comparan con la revolución industrial del siglo XIX, incluso con el revolucionario invento de los tipos movibles que inauguró Gutenberg en 1450, y que desde la perspectiva de la historia, no habría sido una revolución, entre otras cosas porque traicionó los objetivos del fundador. Puesta al servicio de su Iglesia, la católica, terminó por abrir paso a la Reforma religiosa centrada en la figura de Lutero.
La revolución digital amplió por ahora ilimitadamente el espacio de la información y de los medios de comunicación. En efecto, “nunca tuvimos tanta información disponible, pero a la vez tan poco tiempo, y acaso también tan poco interés, en procesarla”, como escribió María Gabriela Eisinck en un informe especial, publicado hace algunos años en un periódico local, inspirador del presente trabajo.
Estamos permanentemente conectados a las fuentes de información, pendientes de los medios digitales hasta cuando salimos de vacaciones, al borde del mar o de las montañas. Pero esta dependencia tiene un precio; cuando cobra la gravedad de una adicción, suele ser tratada de manera que evoca la empleada para curar el alcoholismo o la drogadicción.
Los especialistas ya acuñaron un término para identificar estos excesos. Lo llaman infoxicación, o intoxicación por la información. La explosión de las redes sociales, la manipulación de la fotografía, la dependencia del correo electrónico, el fax, los videos de realidad virtual, y hasta de la posibilidad de cambiar de identidad digitalmente y vivir irrealmente una existencia acorde con nuestras fantasías. El fenómeno ha cambiado el ambiente en que nos toca vivir, y del que nadie puede escapar por completo. Personalmente, no sé qué haría si me quitaran el mail y otras aplicaciones.
Incluso un eminente filósofo y sociólogo como Zygmunt Bauman, creador del concepto “modernidad líquida”, expresó que no manejaba ningún recurso digital, pero que no podía mantenerse completamente alejado porque se veía obligado a estudiar el fenómeno.
Pero no sin dar voces de alerta. “Sin darnos cuenta estamos perdiendo el arte de las relaciones sociales, humanas”, esenciales para vivir una vida más intensa y acaso también más feliz. Pero sería injusto achacarle la intoxicación únicamente a la tecnología. La infoxicación está asociada con una patología consistente en vivir pendiente de la última novedad, del último chisme, del último rumor, no sólo en el propio país sino en el mundo. Nos echamos encima una tarea titánica. Voluntariamente. Se me ocurre pensar que protestaríamos y manifestaríamos si nos la impusieran las autoridades. Pero hay gratificaciones que la hacen más tolerable; una de ellas es su estrecha vinculación con el consumo.
Conservo un soberbio artículo de Bauman titulado “El comprador comprado”, anticipo de un libro suyo, en el que analiza las contradicciones de la sociedad actual: “Los seres humanos, convertidos en consumidores, son a la vez objetos en venta. Luchan por cotizarse mejor, prologar su fecha de vencimiento y seguir consumiendo”. A veces para colmar su conciencia como padres o abuelos; regalar un celular a un chico de seis o siete años, añade Bauman, es más fácil que dedicarle el tiempo necesario para inculcarle valores personales, familiares y profesionales que nos harían mejores padres y mejores hijos. Una tarea indelegable, porque ya no se cuenta con el equilibrio que los de mi generación encontrábamos en la escuela pública, cuando todavía Sarmiento era “el padre del aula”, y sus enseñanzas nos guiaron más allá de lo educativo y profesional. Nos hicieron mejores ciudadanos.

Alberto Borrini

Por Alberto Borrini

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