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Por Alberto Borrini |

Aniversarios: La historia secreta del crucigrama

El columnista de adlatina.com reflexiona sobre la larga vida de los crucigramas, uno de los primeros síntomas de interactividad en los medios escritos. Además, revela cómo pasaron de ser un mero juego de palabras a ser usados con fines propagandísticos.

Aniversarios: La historia secreta del crucigrama
“Bajo la forma más práctica de revistas, el crucigrama abarca estantes completos de los quioscos”, dice Borrini.

Hace unos meses, en diciembre de 2013, se cumplió un siglo de la invención del crucigrama moderno. Lo creó el inglés Arthur Wynne, radicado en los Estados Unidos, a pedido del periódico en que trabajaba, New York World.

Un siglo de sano entretenimiento, prescindiendo de su dilatada existencia prehistórica, merecería algún homenaje, aunque lo menciono con cierta discreción porque nunca falta un legislador dispuesto a salir del olvido que proponga un “Día de…” motivo a su vez de un nuevo feriado.

Entretanto el crucigrama, fiel reflejo de la realidad de su tiempo, fue perdiendo su inocencia original. Ahora suele ser usado con fines propagandísticos, y hasta conspirativos, si uno le cree a la ministra de Cultura de Venezuela, que hace unos días acusó a un diario de Maracay, por publicar un crucigrama con señales secretas que invitarían a la violencia.

Pese a que la funcionaria dijo que se iniciará una investigación, la denuncia es poco creíble en el contexto de las medidas que viene tomando el gobierno de Maduro para atacar y silenciar a los medios independientes. Cabe pensar que el disparo de la ministra no va dirigido al crucigrama sino al periódico.

El episodio tiene, por lo menos, dos lecturas. Una, la del presunto ingreso del crucigrama en el campo de la propaganda política y, otra, no menos grave, el retorno de la comunicación subliminal ensayada en los Estados Unidos en la década de 1960,  y puesta fuera de la ley prontamente por las severas denuncias de Vance Packard y Wilson Bryan Key, autor de “Subliminal seduction”.

En una época en que la sociedad mundial está sensibilizada por la amplia difusión pública lograda por ciberespías que se han convertido en celebridades, se puede sospechar, no sólo de lo que no se publica, sino también de lo más evidente de lo publicado. Es lo que ocurrió, hace unas semanas, cuando la fiscalía egipcia, según el diario español El País, ordenó investigar a los responsables de un mensaje comercial de Vodafone, sospechado de movilizar clandestinamente a los fanáticos de una secta para poner bombas en sitios públicos.

Es una pena que se utilice con propósitos criminales a los hasta ahora inocentes crucigramas, un recurso que no nació ayer, y que tuvo buena conducta durante siglos, si se aceptan sus orígenes romanos bajo formas muy distintas, pero al parecer con el mismo sano propósito de entretener.

La pista de su larguísima vida la dio el descubrimiento de los llamados “cuadrados sator” encontrados en las ruinas de Pompeya de mediados del Siglo Uno. Los temas de esos primeros juegos fueron extraídos de poesías de la época.

Pero el crucigrama fue encontrando su forma actual muchísimo después,  hasta que se juntó en 1913 con su nombre actual en el rompecabezas ideado por un inglés que emigró y se radicó en los Estados Unidos, Arthur Wynne, considerado el inventor del género. Sus primeros “Word-Cross” se publicaron en el periódico New York World.

La primera colección de sus crucigramas fue publicada en 1924 por Simon & Schuster, editorial norteamericana que aún hoy es la mayor usina mundial de crucigramas. El Guinnes of Records considera a esa colección como el primer libro sobre el tema.

Bajo la forma más práctica de revistas,  el crucigrama abarca estantes completos de los quioscos. Hay, probablemente, medio centenar de títulos diferentes que ofrecen versiones temáticas, desde historia hasta economía, e interactivas, que califican las respuestas y brindan un ranking de usuarios.

El homenaje a los crucigramas debería basarse, a mi juicio, en el indudable argumento de que pocas veces se ha logrado una afinidad tan notable entre el entretenimiento y el medio en que se inserta. En efecto, se trata de un juego de palabras en un contexto de palabras, afinidad para mí aún mayor si se considera que fue uno de los primeros síntomas de interactividad en los medios escritos, puesto que obliga al receptor a “escribir” en su ejemplar del diario o la revista. Precisamente en esta facultad, que merece un análisis, radica el mayor mérito de Wynne, por el cual su nombre quedó grabado para siempre en la historia del periodismo y la comunicación.