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Por Alberto Borrini |

Aniversarios: cien años de la más literaria de las cucarachas

El columnista de Adlatina conmemora los cien años del relato tal vez más popular de Franz Kafka, “La Metamorfosis”. Y, de paso, recuerda el viejo anuncio de un potente desinfectante de antaño: la Acaroína.

Aniversarios: cien años de la más literaria de las  cucarachas
“Kafka, creador de la más literaria de las cucarachas, antes de morir pidió a su mejor amigo, Max Brod, que destruyera ‘La metamorfosis’”, dice Borrini.

Empeñado en cazar una de las cucarachas que había entrado subrepticiamente a la cocina de casa, por asociación de ideas me acordé de Franz Kafka y su libro más conocido, La metamorfosis, en que el protagonista se convierte en un horrible bicho. Esa primera coincidencia iba a esconder otra, porque hoy, dos o tres días después, leí en el diario que se celebra en todo el mundo el centenario de esa obra singular.

Pero me aguardaba otra más: pongo en el equipo de sonido un CD de viejos cantantes franceses, y me topo con un clásico musical, la popular canción “La cucaracha”, de origen español, pero cantada por un francés, Tino Rossi. Consulto Wikipedia y me entero de que el tema, convertido en corrido mexicano, fue empleado como ariete musical por los partidarios de Pancho Villa durante la revolución de ese país. Fue mi semana de las cucarachas.

Kafka (1883-1924), creador de la más literaria de las cucarachas, antes de morir pidió a su mejor amigo, Max Brod, que destruyera “La metamorfosis”. A su desobediencia se debe su publicación, en 1915. Todos conocen la desventura del personaje, Gregor, aunque pocos la hayamos leído, fuera de intelectuales y psicólogos que hurgan en ella buscando claves del comportamiento del ¿héroe? de Kafka y de miles de pacientes en busca de una absolución científica. Un buen día, Gregor se levanta de la cama sintiéndose diferente, todo le parece inmenso, desde el lecho hasta la pieza, y en un trámite que algunos consideran de un sutil humor, comprueba que se ha transformado en una nauseabunda cucaracha.

La celebración del centenario de La Metamorfosis no me hizo ser más tolerante con los bichos que intento repeler con fumigaciones y con una persecución personal que parece volverlos más esquivos y veloces. Tiempo perdido, porque las cucarachas son sobrevivientes de los cataclismos que terminaron con los dinosaurios, y es de agradecer que no crezcan tanto, al menos en mi cocina.

Pero no sólo, como los mosquitos, estos bichos parecen inmunes a los desinfectantes, y más adaptados a vivir entre ollas y sartenes, sino que también dan la impresión de hallar fuerzas en los entretenidos anuncios de insecticidas y pesticidas que, casi siempre con la ayuda de divertidos dibujitos, pueblan la pantalla.

Los lectores conocen mi afición por la historia de los anuncios, por lo cual no les extrañará que haya buscado en el pasado las huellas de los productos destinados a combatirlos. En mi niñez y juventud, bastaba con uno de carácter multiuso para tranquilizar la conciencia desinfectante de las matronas de entonces.

Se llamaba Acaroína, y en mi libro “El siglo de la publicidad” (1898-1998), figura uno de los primeros anuncios gráficos que promovió la marca. Es de 1904, pero tantas décadas después cada vez que lo abro en esa página percibo su poderoso olor como si fuese el único que existe.

 

Lo publicó la Compañía Primitiva de Gas, presumo que su distribuidora en el país. Han pasado muchas décadas, no tantas si uno recuerda que la Acaroína subsistió hasta mucho después, cuando los responsables de las líneas de colectivos porteños barrían y lavaban el piso de cada unidad en la terminal, al final de cada recorrido. ¿Se acabó la Acaroína, o lo que falta es ese respeto por el pasajero que alguna vez olía fuerte en colectivos y baños públicos, y que las nuevas generaciones, con poca memoria, ni siquiera extrañan?