Marketing > Argentina | ADELANTO DE “ENTRE MARCAS”
Por Redacción Adlatina |

El marketing nuestro de cada día

Las memorias de Alberto Borrini fueron editadas por Eudeba y ya estás en las grandes librerías de toda la Argentina, incluyendo las de las universidades públicas. A continuación, la síntesis de uno de los capítulos del libro, que salió el mes pasado.

El marketing nuestro de cada día
En este extracto, Borrini repasa el significado del término “marketing” y el nacimiento

 “En la fábrica hacemos cosméticos. En los comercios  vendemos esperanza”. Charles Revson, fundador de Revlon.
 

El marketing se ha impuesto en casi todas las actividades. Resulta indispensable para los empresarios, los políticos, los funcionarios de gobierno, los deportistas y hasta para los cocineros desde que se convirtieron en las estrellas gastronómicas de la televisión. La nómina es larga y no excluye a los profesionales más recatados, como los contadores, economistas, ingenieros, escritores e intelectuales de la más variada especie.
El marketing ha calado tanto en la vida cotidiana que algunas estrellas de la cultura popular se permiten jugar a su ausencia, seguras de que se notará tanto como su presencia en una época, la actual, en que el factor sorpresa suele pagar buenos dividendos. Este ardid lo empleó un grupo de rock que sacó un álbum con la carátula en blanco. Entre guiños cómplices, su líder explicó que “la clave es hacer lo contrario de lo que se espera de vos”, y parecería que una de ellas es el marketing convencional, el que llama la atención. De una forma u otra, gana el marketing.
El término “marketing” tiene mucha menos prosapia que “publicidad”; las empresas comenzaron a usarlo hace apenas cinco o seis décadas. No necesitó más para triunfar. Hoy hasta las personas comunes hacen marketing, a sabiendas o sin darse cuenta. Cómo nos las arreglábamos antes para trascender es muy difícil de imaginar. Puede que no nos interesara tanto hacerlo.
La que podría llamarse la “historia oficial” del marketing argentino, cuyos atributos probaron ser, con el paso del tiempo, tan necesarios y efectivos (y que tan bien entendió Charles Revson, fundador de Revlon, con la frase que solía repetir a sus colaboradores: “En la fábrica hacemos cosméticos, en el comercio vendemos esperanza”), se habría consolidado en 1965, con la creación de la Asociación Argentina de Marketing (AAM).
Me tocó dar la bienvenida, periodísticamente, a la flamante entidad con un artículo en la revista Primera Plana. Los fundadores fueron muy pocos, acaso los únicos que podían mostrar algún pergamino en la materia, entre los cuales había varios que conocía de nombre o de vista por haber estado vinculados, directa o indirectamente, con Iggam, la firma en la que milité, muy joven, durante una década.
Recuerdo a dos de esos pioneros, Rodolfo Lilienfeld y Juan Laub. Del grupo inicial, al único que conocía personalmente, por razones periodísticas, era Camilo Pagano, directivo de Nestlé Argentina, quien asumió como primer presidente. Poco tiempo después, Pagano fue llamado desde la central de Nestlé en Vevey, Suiza, y en poco tiempo ascendió a los más altos cargos de la organización mundial.
La AAM nació como una entidad de elite. Admitía únicamente a gerentes o directores del área, que entonces eran muy pocos, y vetaba el ingreso de consultores, quizá para evitar que la entidad se convirtiera en un foro donde realizar negocios. El objetivo era principalmente institucional: colaborar en el progreso de la disciplina y en la formación de los especialistas. Pero como suele suceder en otras actividades que nacieron de manera similar, los ingresos por cuotas de los asociados pronto resultaron insuficientes; la entidad se estancó y fue preciso ampliar el registro y crear además otras fuentes de financiación para poder realizar las actividades que se habían propuesto sus fundadores.
Hoy la AAM cuenta con una importante base de asociados, asesores incluidos, y una panoplia de actividades variadas e intensas durante casi todo el año. Una de las iniciativas que más aportó a la difusión y expansión de la entidad, y de la disciplina, fue la creación, en 1982, del Premio Mercurio, desde entonces la mayor distinción en el campo del marketing vernáculo. El Mercurio, junto con otras acciones de la entidad, influyó también en la institución, en 1995, del Día del Marketing, que se celebra anualmente el 27 de mayo, fecha de la fundación de la AAM.
El progresivo aumento de las categorías que abarca actualmente el Mercurio, más de 20, es un fiel reflejo de la implosión de la disciplina experimentada en las últimas décadas. Como sucede con la publicidad, ya se hace difícil saber dónde empieza y dónde termina el marketing, y cómo podría actualizarse su definición, luego de tantos cambios sobre todo por su vinculación con la segmentación de los avisos y más todavía de los medios. Hoy hay tantos premios Mercurio como subespecialidades de la disciplina, y no cesan de incorporarse otras. El catálogo está abierto a todas las necesidades e inquietudes; una de las últimas, que prueba los buenos reflejos del recurso acaba de surgir en España: es el “marketing de la austeridad”, nacido para que las empresas puedan moverse con más eficacia en el estrecho marco económico que impone la grave crisis.
La palabra “marketing” es un anglicismo que, en español, comenzó por traducirse como mercadotecnia, mercadeo y créase o no, “mercática”, términos que en ningún caso dejaban traslucir el verdadero significado del recurso, de modo que terminó optándose por el original en inglés, acuñado en los Estados Unidos, que incluso ingresó en el diccionario español con su versión fonética, “marketin”, que suena como un diminutivo de la herramienta y tuvo, en la vida cotidiana de las empresa, poca carrera.
El marketing involucra una amplia variedad de recursos, desde las estrategias de mercado hasta las técnicas de venta, pasando por investigaciones acerca del producto y de sus potenciales clientes. Según uno de los padres del marketing moderno, Philip Kotler, marketing es “el proceso social y administrativo por el que los grupos e individuos satisfacen sus necesidades al crear e intercambiar bienes y servicios”.
Su colega Theodore Levitt, una de las personalidades más destacadas de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, escribió en Miopía en Marketing lo más parecido a una definición: “La empresa no puede encontrar justificación sólo en la fabricación de productos, además debe identificarse como proveedora de bienes y servicios satisfactorios para los clientes. Tiene que verse a sí misma como ‘compradora de consumidores’”. Para eso, nada mejor que el marketing.
Para Levitt, resulta más que esencial, decisivo, que la gerencia de una empresa piense en qué negocio realmente está, más allá del que siempre consideró como suyo y que le permitió afirmarse e incluso ganar dinero. Porque, pregunta, ¿podría mantenerse y seguir avanzando si no advierte a tiempo que parte de “su” negocio está vacante y puede ser rápidamente ocupado por el competidor que lo descubre?

Levitt ponía como ejemplo a los ferrocarriles norteamericanos, que luego de años de auge vieron detenerse su crecimiento, paradójicamente en momentos en qué más crecía la demanda de transporte de carga y de pasajeros. La falla radicó en que limitaron su negocio a los rieles, en vez de pensar en términos más amplios, de transporte en general. Dejaron así la puerta abierta a los camiones, que se adueñaron de las rutas extendidas a la vera de las vías. Era parte del negocio de los ferrocarriles, pero no lo advirtieron a tiempo.
La miopía de Detroit obedece, siempre de acuerdo con Levitt, a otra causa: “La industria ha amarrado su fortuna al implacable requisito del cambio anual de modelo, desconociendo durante décadas lo que los clientes realmente necesitaban”.
Una de las últimas variables del marketing, el político, no ayudó precisamente a aclarar, menos aún a difundir, las verdaderas funciones de la herramienta, al ser aplicado falsamente a objetivos diferentes a los comerciales que le dieron origen. En las campañas electorales sólo hay lugar para el que gana, y quedan irremediablemente postergadas, cuando no definitivamente fuera de juego, las “segundas marcas”. Con objetivos tan equívocos, el “marketing” de los candidatos no podía lograr otra cosa que desnaturalizarse y perder prestigio. Incluso a ser demonizado en las campañas de 2003, como reacción al derroche de recursos, muchas veces provenientes de ilegales fuentes de financiación, y al artero ocultamiento de gastos difíciles de comprobar pero evidentes.

 
 

Otros capítulos de Entre marcas, de Alberto Borrini:


-Los primeros revolucionarios de la publicidad
-Con Bill Bernbach en Venecia, Nueva York y Brasil
-Productos difíciles, clave del futuro de la publicidad
-Publicitarios de la pantalla: de Clark Gable a Don Draper 
-Cómo gané el premio Clio en Japón.