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Por Ad Age |

Cuando se termina la diversión, su agencia sigue enseguida ese camino.

(Ad Age) – “Aparecer con ideas para vender cosas es una diversión enorme. Y no es nada de lo que uno deba avergonzarse”, sostiene el autor del artículo.

Cuando se termina la diversión, su agencia sigue enseguida ese camino.
El autor, Mark Wnek, es co-fundador del New Breed Talent Army.

En su segunda carrera, Peter Mayle se convirtió en uno de los expatriados más famosos de la publicidad, el autor de la maravillosamente aguda y atractiva serie de Provence, la novela autobiográfica que describió su nueva vida en el sur de Francia.

Pero Mayle había sido también un grande de la publicidad. Primero entró en la esfera de Madison Avenue –estando un océano lejos de ella- como un director creativo en la nueva oficina de Londres de Papert, Koenig & Lois en 1964. Cuando más tarde se unió a BBDO en Nueva York, puso a Tim Delaney (por entonces de 27 años) como director creativo de BBDO London.

Ahora que Mayle ha fallecido este mes a los 78 años, el artículo laudatorio de Delaney a su ex jefe me ha hecho pensar. En su pieza, Delaney describe a su siempre travieso Mayle como alguien cuya grandeza y calidad de talento hizo que nunca se tomara realmente en serio a la publicidad. Lo hizo por diversión.

Por tratarse de alguien tan conocido por ser un jefe exigente, esto me impactó poderosamente.

Yo decidí dejar mi último empleo de agencia en la mañana siguiente al día en que regañé a mis pequeños hijos por haber roto una pantalla de iPad.

Cuando me desperté esa mañana, me sentí profundamente conmovido hasta las lágrimas al recordar sus rostros asustados, porque yo había exagerado mi reto en la noche anterior.

Mirando hacia el espejo del baño, me sobresalté al ver mi tenso y ojeroso rostro.

Y me dije en voz alta: “Renuncio”.

Desde ese día –que fuen años atrás- me dediqué antes que nada a redescubrir mi real yo, que no se había enloquecido cuando vi mi reflejo. Fui lo suficientemente afortunado, entre otras cosas, al hallar un brillante coach de vida, y hoy la gente que he conocido durante años pero no había visto durante mucho tiempo mi vena graciosa en un largo almuerzo juntos, se asombró.

Un conocido pensó que yo tenía un ataque cerebral.

¿El resultado? Yo me relajé. Mucho.

Ahora trabajo con gente más joven y eso parece funcionar bien. Ellos no temen llamarme idiota cuando lo soy, lo que es maravilloso. Ellos todavía siguen encontrando una sarcástica respuesta, pero ahora acompañada por una sonrisa.

Pero, cuando me siento a escribir sobre la industria publicitaria, que yo pienso que ha perdido en cierta medida su rumbo, a veces encuentro a mi propio yo mostrando los colmillos.

Fue necesaria la muerte de Peter Mayle para rememorar que lo mejor de lo que hacemos es cuán divertido resulta.

Aparecer con ideas para vender cosas es una diversión enorme. Y no es nada de lo que uno deba avergonzarse.

De hecho, cuando desaparecen el sentido de la diversión, el descubrimiento y la tontería, estoy convencido de que eso es una señal prematura de que usted y su agencia están haciendo algo mal.

Es uno de los efectos nocivos de este culto a la tecnología. Estamos tan ansiosos de entregar las riendas a personas y máquinas que trabajan con números y no con alegría, charm y disfrute.

¿Cuántas agencias empezaron con la doctrina central de que todo lo que se haga será divertido? Ninguna.

Cuando usted lea “A Year in Provence”, quedará cautivado sobre todo por su charm. Estará presenciando a la vida como algo divertido, aun en el medio de varias tribulaciones.

Cualquier cosa que haga nuestra comunicación con otros, tiene que ser agradable.

Esta es un arte, no una ciencia.

 

Es algo que arranca en el corazón, no en la cabeza. Y seguramente no en una máquina.