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EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI

Landrú 1923-2017. El fantástico humorista que conocí

Tras el fallecimiento del humorista gráfico argentino Juan Carlos Columbres, Borrini repasa los años que compartieron en la redacción de Mercado.

Landrú 1923-2017. El fantástico humorista que conocí
Borrini: “Una palabra definía la actitud ante la vida y el humor de Landrú. La tenía siempre a flor de labios y la disparaba apenas se le preguntaba cómo se sentía: ¡Fantástico!”.

Por mi largo paso por las redacciones de varios medios a lo largo de más de 50 años, conocí a varios de los más admirados humoristas del país. A algunos superficialmente, porque no todos son amigables, accesibles divertidos en la vida real. La lista es más notable que extensa: Lino Palacio, Landrú, Kalondi, Rivero, Catú, Sábat, Quino.
A los dos últimos los traté brevemente, y de manera superficial, porque se fueron a otros medios muy pronto. Sábat dejó Primera Plana, donde compartimos varias noches de cierre de la edición semanal, que él solía amenizar con su clarinete, para asumir un papel protagónico en Clarín. Quino, que llegó a la revista por su amistad con Julián Delgado, estuvo con nosotros muy poco tiempo, pero suficiente para que compartiéramos el histórico debut del personaje que le daría fama mundial: Mafalda.
Cuento mi relación con estos grandes maestros del humor en mi biografía, lanzada un par de meses atrás por la editorial universitaria Eudeba. Como todos los colegas de mi generación, crecí leyendo historietas, mayormente de aventuras o de humor: El Tony, Leoplán, Titbits y Billiken, que enseñó a leer a medio subcontinente. En Billiken tuve mi primer contacto como lector con Lino Palacio. Casi simultáneamente, acaso desde la amplia platea de lectores de Rico Tipo, la revista de Divito, conocí a Landrú, seudónimo artístico de Juan Carlos Columbres.
Entre dibujantes y humoristas que elevaron a nuestro país a un primer plano mundial del género, Lino y Landrú eran diferentes y más consecuentes con su arte. Lino era un gran conversador, culto y lleno de energía positiva. Poco antes del trágico suceso doméstico que acabó con su vida, y a pesar de que ya había pasado la frontera de los 80 años, me dijo que pensaba viajar a Japón, cuya cultura admiraba. En Mercado se hizo cargo, con el seudónimo de Flax, de la influyente caricatura política.
Landrú también formaba parte de uno de los mejores elencos del periodismo gráfico argentino. Ingenioso, elegante, mundano, bienhablado, siempre fue enemigo de figurar por figurar. Hundió el escalpelo en su propia clase social, que algunos de los Columbres no le perdonaron. Cuando tuvo que cerrar su revista más exitosa, Tía Vicenta, por una decisión del general Onganía, ofendido porque lo presentaba como una morsa, concentró su energía creadora en un personaje que se adueñó de la última página de Mercado, Sir Jonás, caricatura del ejecutivo de la época, cuyas manías idiomáticas y funcionales fueron sagazmente trasparentadas por Landrú.
Los ejecutivos, como ahora los empresarios, que prefieren hacerse llamar emprendedores, no la pasaban muy bien por entonces. Fueron también blanco, no recuerdo si simultáneamente, de las encantadoras ironías musicales de María Elena Walsh (“Qué vivos son los ejecutivos, qué vivos que son”).
La página de Sir Jonás era muy visitada, a tal punto que no pocos lectores abrían desde la contratapa la revista, pero algunos de los congéneres de la vida real más serios y envarados del protagonista no compartían la broma. Lo comprobé personalmente durante una comida en la casa del directivo de una gran empresa: uno de los invitados, colega de otra importante firma, me increpó inesperadamente antes de llegar al postre, alegando que el personaje de Landrú no encajaba en una revista tan responsable y servicial en el terreno de la gestión empresarial. Según él desprestigiaba a la especie. Por supuesto lo escuché, le expliqué el punto de vista de los editores, y obviamente no le dije nada a Landrú. Y Sir Jonás siguió divirtiendo a los lectores al menos mientras dirigimos la revista.
Imaginé su reacción de haberle trasmitido la prejuiciosa crítica del directivo en cuestión. Una palabra definía la actitud ante la vida y el humor de Landrú. La tenía siempre a flor de labios y la disparaba apenas se le preguntaba cómo se sentía, incluso cuando ya era muy mayor, aparecía menos en los medios y el gusto del público fue tomando otro cariz, más malicioso: ¡Fantástico! Esa palabra mágica se adhería al interlocutor e invitaba a la sonrisa cómplice como el más preciado regalo de un amigo. Fantástico regalo de un maestro que impulsó a conservar, y renovar, un arte que hoy nos ayuda a sonreír a la vida pese a que las noticias parecen cada vez más empeñadas en amargárnosla.

Alberto Borrini

Por Alberto Borrini

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