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REFLEXIONES LIGERAS

Muy buena la pregunta

Con ésta, comienza una serie de columnas de análisis y de descripción a cargo de uno de los periodistas argentinos que más tiempo lleva en su especialidad.

Muy buena la pregunta
Por Edgardo Ritacco, director periodístico de la revista El Publicitario.
El hombre mira con gesto entre pícaro y complacido al que tiene sentado a un par de metros, frunce un poquitín el entrecejo y le dice: – Muy buena la pregunta. El otro ha escuchado muchas veces eso mismo. Pero pese a tanto entrenamiento, todavía no puede distinguir con seguridad cuando se trata de un elogio, un grito de alegría o un resabio de bronca. Por cierto que no es un fenómeno nuevo, pero se está multiplicando vertiginosamente. Podría llamárselo “el síndrome del entrevistado satisfecho”. Pero no importa tanto el nombre. A veces, ese súbito reconocimiento al periodista se debe a que el hombre está feliz porque le han abierto la puerta para hablar de lo que realmente quiere hablar. Otras veces, la cuestión es más retorcida. Tal vez unos minutos antes de empezar la entrevista, el sujeto (funcionario, diputado, empresario o lo que fuere) le había dicho sin vestigio de pudor a su interrogador: – Ah, che, pregúnteme eso de Dávila, ¿quiere? Y el cronista (muchas veces corto de preguntas, otras veces ganado por el pecadillo de la obsecuencia, cuando no aterrorizado por lo que adivina un reportaje difícil) no deja de lado “el dato”. Recibe como recompensa la frase inconmovible: – Muy buena la pregunta. Pero hay matices. Ciertos entrevistados apelan al latiguillo porque, sorprendidos por algún interrogante, necesitan ganar tiempo y pensar ligero una respuesta. En esas ocasiones la pregunta ha sido muy buena, realmente. Detrás de tanta repetición mecanizada se esconde una realidad: muchos entrevistados sienten que para el periodista es una obligación “tratarlos bien”, porque ellos le han concedido la nota, en lugar de cobrarles, como algunos intentan dentro y fuera del país. Y “tratarlos bien” implica, según ellos, preguntarles lo que están preparados a contestar. Interrogantes que les permitan poner el cassette y despacharse a gusto sobre “una inversión que demuestra que creemos firmemente en el futuro del país”, o tal vez, insistir con aquello de que “en la vida todas las cosas que te pasan, buenas o malas, te dejan una experiencia positiva”, cuando no menear aquel remanido “yo estudié en la Universidad de la Calle”. El hombre no quiere que escarben en su historia, que fastidien el espectro del pasado o que le mencionen enemigos de amarga memoria. “Quiero mirar para adelante, en la vida sólo hay que mirar para adelante”, rezongan para huir de esos menesteres del pretérito. “Todo suma”, concluye convencido quien ha debido tragarse grandes sapos para llegar a una posición, todo lo alta que uno pueda imaginarse. “Este éxito no tiene un responsable, es el fruto del trabajo en equipo”, machaca otro que, casualmente, está seguro de que el genio ha sido él, y que los demás del equipo funcionaron muchas veces de contrapeso. Si el cronista se atreve a insinuar que hubo alguna divergencia en el operativo, arquea las cejas y responde: “Para nada. Hay que estar en la cocina de las cosas para entender cómo se ha llegado a esto”. En otras palabras: no sea ignorante, no hable de lo que no sabe, y no repita cosas que dicen los que no saben. Pero adereza esos mensajes subterráneos con esa mirada anodina, casi negligente, que tantas veces le dio buenos resultados. Y en publicidad también En las entrevistas de publicidad suele aparecer, con la misma matemática precisión, ese latiguillo entre elogioso y sibilino. Pero los resultados para el cronista suelen ser desoladores. Cuando un creativo en alza recita la frase mágica, lo más probable es que ya haya empezado a eludir la respuesta a esa “tan buena” pregunta. ¿Que cómo surgió la idea de ese comercial exitoso? “Surgió como siempre, del peloteo entre todo el equipo. Uno dice una cosa, otro dice otra, son disparadores, ¿viste? No hay un único responsable...”. ¿Que cuánta plata ha costado poner esa campaña en el aire? “Ah, muy buena la pregunta. Pero no la puedo responder. No solemos dar ese tipo de cifras”. Porque en publicidad, dicho sea al margen, nunca hay cifras. Uno ha escuchado, a lo largo de los años, mil y una excusas –algunas francamente disparatadas– para eludir el bulto. “No regalamos datos a la competencia”. “No estoy autorizado a dar esa información”. “Es un tema sensitivo (?) y prefiero no tocarlo”. “La Argentina no es Estados Unidos”. “El cliente no quiere divulgar esas cosas”. Y muchas más. Mientras tanto, en publicidad y en cualquier otro terreno, los reportajes vernáculos se seguirán enriqueciendo con supuestas “preguntas del millón” (una inflación de incertidumbres) o expresiones absolutamente vacías como “respeto su opinión pero no la comparto” (civilizada traducción de “ese que opina así está loco de remate”). Pero, aunque las modas se multipliquen, siempre habrá un lugarcito para retribuir con ese dulzón y sobreactuado “Muy buena la pregunta” al obediente mensajero que le ha pedido que hablara de lo único que él quiere hablar.
Redacción Adlatina

Por Redacción Adlatina

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