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Redacción Adlatina |
No es fácil ver una exposición de Francesca Woodman. En Europa, al margen de colectivas, no se veía nada de ella desde 2002, cuando se dieron a conocer algunas imágenes. Esta retrospectiva, con 120 fotografías -incluyendo una veintena de inéditas-, algunos videos y una instalación, rechaza la mistificación para abordar la evolución de su aprendizaje y avanzar una interpretación en clave performativa.
Las obras de esta artista estadounidense tratan sobre los problemas de identidad, género e imaginario femenino. Con un marcado carácter autobiográfico, las fotografías de Woodman la muestran en escenarios melancólicos, habitaciones en las que la artista retrata la soledad, el olvido y el paso del tiempo.
Woodman falleció en 1981, con veintitrés años, cerrando así una trayectoria breve pero de una intensidad extraordinaria. Su obra no estaba destinada a producir espectáculo sino intimidad, al expresar el desasosiego, el miedo y la angustia, indagando la ausencia del cuerpo. Todo su trabajo muestra la ansiedad por mimetizarse, por desaparecer y perderse en escenas cargadas de soledad que a la vez brillan rodeadas de un aura: la luz del atardecer, de la despedida, de lo que acaba. En la mayoría de sus fotografías la artista aparece convertida en sombra, cubriéndose con el papel pintado de la pared, sucia de barro, ocultando su rostro, camuflada como parte del mobiliario, borrosa y fuera de foco.
Esta exposición en el Espacio AV será la primera de producción propia que se realiza en España de esta artista y se podrán ver además de fotografías aún inéditas, sus trabajos en video. Estará abierta al público hasta el 17 de mayo en el Espacio AV de España.
Desnuda su cuerpo pero oculta su rostro
En la imagen que abre el recorrido -supuestamente, su primera fotografía a los trece años- el espectador ve a una adolescente con la melena echada hacia delante cubriéndole todo el rostro, mientras de su mano surge un haz oblicuo borroso -el alargador del obturador para el autorretrato- que alcanza la base de la fotografía en un plano desenfocado, de indiscernible visibilidad. Se diría, una imagen emblemática de “retrato del artista adolescente”: sola, torpe y ocultándose, sin aceptar su rostro, su identidad. Pero ya presenta una limpia composición en diagonal, que deja en el triángulo de la figura ofuscada el enigma. “En esa primera fotografía ya está todo: el autorretrato, la identidad en desasosiego, la instantaneidad del disparo que subraya la fugacidad del momento, el recurso a suplementos y fetiches, la ambigua determinación visual que atrapa la observación demorada -también asistida por una utilización de la luz de sensibilidad fantasmática-; y, finalmente, como marco, la arquitectura del rincón -el quicio, la esquina, ámbito de una búsqueda de acogimiento, de pertenencia (y luego, de juego, de reconocimiento), que Woodman ensayará una y otra vez”, dice un artículo del diario Siglo XXI.
Durante ocho años, la joven artista hace la misma fotografía: un autorretrato, parcial, fragmentado o travestido, pero sin rastro de narcisismo, como dice Rosalynd Krauss, puesto que ella permanece apenas reconocible entre foto y foto, siempre en transformación, inestable y fugitiva.
Al principio, sorprende el descaro: se fotografía desnuda al aire libre, en recodos de parajes naturales románticos o, más bien, de gusto decadentista. Pero durante sus estudios en Providence (1975- 1978), Woodman parece ya probar todas las posibilidades que le ofrecen las investigaciones más innovadoras en el seno post-minimal, conceptual y feminista; mientras sus anotaciones subrayan su carácter reflexivo y aliento poético. En sus ejercicios de escuela es difícil no ver referencias a Richard Serra y Ana Mendieta. La asimilación de la revisión feminista es evidente en su estancia becada en Roma, donde repasa irónica la historia del arte, desde las diosas griegas hasta las hacendosas mujeres junto a la ventana de la pintura holandesa. Sin embargo, más que aprendiz, Woodman se sitúa al mismo nivel, confirmándose más bien como precursora y, sin duda, una de las figuras más influyentes hasta hoy. Al cabo, es puro woodman indicar un presentimiento tan contemporáneo como que “el vacío es la dimensión constitutiva de la subjetividad”, en palabras de Slavoj Zizek.
La fotógrafa indaga en los signos y espacios adecuados, que van desde la predilección por lo anticuado y ruinoso -muy del gusto de esa generación, como por ejemplo Zoe Leonard, incluso en la saturación del positivado de las fotografías: como si fuera la última sensible a lo aurático, vivido, tangible-; a un creciente interés conceptual por el contraste formal con la geometrización, como se ve en la recreación de una exposición de fotografías en gran formato de Woodman, en forma de instalación.
En sus performances se ve la influencia de las secuencias de Duane Michals -tan impactantes durante los setenta y que influyeron tanto a Woodman-, y una relectura del surrealismo. Con ellas, la artista cuestiona (y confirma), como el slogan de neón de Bruce Nauman, que “The true artist helps the world by revealing mystic truths” (“El verdadero artista ayuda al mundo revelando las verdades míticas”).
Una joven precursora
Hija y hermana de artistas, Woodman llevó a cabo sus primeros trabajos fotográficos a la temprana edad de trece años, ingresando a los diecisiete en
Con frecuencia, ella es objeto de sus fotografías y a la vez sujeto detrás de la cámara. Las estrategias que Woodman emplea la distancian de otras artistas que emergieron en la década de los setenta, como Hannah Wilke, Eleanor Antin o Ana Mendieta, para las cuales la foto funcionaba como el registro documental de sus acciones. Si en su trabajo puede apreciarse también un interés en el proceso y una exploración de la identidad y la subjetividad junto a un cierto componente performativo unidos a la serialidad y la repetición, la joven estadounidense llevaba a cabo escenas enteramente planificadas para la cámara, muy conscientes de las especificidades del medio fotográfico. Algo que, en opinión de uno de sus principales estudiosos, Chris Townsend, revela un esfuerzo crítico deliberado hacia la fotografía y sus condiciones formales comparable al efectuado por artistas Gordon Matta-Clark con la arquitectura o Richard Serra con la escultura.