Publicidad > Argentina | DIRECTOR DE CINE DE LA SEMANA
Redacción Adlatina |
Cuando era chico, Gabriel Stagnaro –director de cine de Andon Fims- paseaba con su madre por el set de filmación, donde veía cómo el engranaje mágico comenzaba a funcionar a partir de la palabra “¡acción!”
Curioso, observador y de pocas palabras, Stagnaro encontró en el cine la mejor manera de comunicarse y, en la antropología, herramientas adicionales para interpretar la realidad y poder plasmarla en imágenes.
Entre sus obras, se encuentran el cortometraje Pasaje al paraíso –2003/4-, el documental Que Dios se lo pague –Pescadores de Mar del Plata –2004- y el cortometraje La vanidad de las luciérnagas.
-Adlatina.com: ¿Cómo puede describirse el cine, visto desde un sentido etnológico?
-Gabriel Stagnaro: El cine es una herramienta más con la cual los seres humanos intentan comprenderse a sí mismos y verse reflejados como desde un espejo en la pantalla, para poder así, a partir de esa distancia, reconocerse y diferenciarse culturalmente de los demás. Este sentido de la otredad es necesario desde el mismo nacimiento de cualquier persona y se potencia en el cine a partir de esa necesidad primaria. Las películas más representativas y, no casualmente, las que suelen tener más éxito de público, son aquellas donde el espectador se reconoce e identifica, donde los personajes hablan como él, tienen los mismos problemas y las mismas creencias. O por el contrario, aquellas que lo confrontan con universos totalmente distintos de los que él está acostumbrado habitar. En este sentido, la etnología es una ciencia que se encarga de interpretar la otredad, la diversidad cultural humana; y el cine, desde este punto de vista, también. Es una herramienta de construcción de universos simbólicos y por qué no, de identidad nacional. De ahí la importancia de defenderlo frente al avance globalizado. Hay películas emblemáticas del cine argentino que nos pueden sumergir como en un sueño en el aire espeso que se respiraba en el momento en el cual fueron concebidas. Ésa es la magia del cine.
-Dado que proviene de una familia de cineastas, el cine está presente en su entorno desde chico, ¿siempre le generó curiosidad ese ambiente?
-G.S.: Sí. Yo me acuerdo de que mi vieja me llevaba de la mano por el set. Todo el mundo pasaba cargando cosas, trípodes, enormes luces, escenografía, paredes gigantes de decorados; y todos se detenían unos instantes para saludarme antes de seguir su camino, corriendo apresurados para poner todas las partes en su lugar hasta que mi viejo, cuando todo estaba preparado, decía “¡acción!”; y ahí comenzaba ese engranaje mágico a funcionar. De su funcionamiento surgía otro mundo, uno paralelo al de esas personas que habían sudado la gota gorda para generarlo, pero tan apasionante como aquel. El cine argentino siempre funcionó a partir de esa materia prima, la pasión: no hay otro modo de hacerlo. ¿Cómo no iban a llamarme la atención esa pasión y la posibilidad de poder construir universos paralelos?
-¿Cómo llegó al cine publicitario?
-G.S.: De la mano de Rubén Andón y Betina Mazzarino. Yo ya había trabajado en la publicidad con mis hermanos, pero no desde el lugar de director. Acababa de terminar mi cortometraje La vanidad de las luciérnagas, ellos lo vieron y les gustó mucho; me propusieron sumarme a la productora. Confiaron en mí y desde entonces he aprendido mucho en el camino. Y aunque provengo del cine, tengo que decir que no encuentro desde lo formal muchas diferencias entre la publicidad y el cine: todas son películas, lo que varía es la duración.
-¿Cómo surgió la idea de filmar La vanidad de las luciérnagas?
-G.S.: Casi como una necesidad, como la necesidad de la cual hablaba al comienzo. Es un corto donde confluyen muchos recuerdos, anécdotas, lugares, mitos y personajes de la infancia. Yo sentía la necesidad de canalizarlos en algo, de generar algo a partir de esa maraña de recuerdos que como molestias punzantes me atormentaban la cabeza, algo perdurable. Pensé en escribir un cuento, empecé a escribir un largo, terminé haciendo un corto. Cuando hace muy poco terminé con su ampliación a 35 milímetros, sentí que había terminado de recorrer un camino muy largo que había empezado hacía mucho tiempo.
-¿Quedó conforme con la recepción que tuvo en el festival de Mar del Plata?
-G.S.: Fue un momento muy mágico verlo allí proyectado en la sala Auditorium del festival. Casi como un parto. Al público le gustó mucho y tuvo muchas repercusiones. Por otro lado, el corto fue muy bien recibido por la crítica y, a pesar que sólo tiene algunos pocos meses de vida, ya cosechó bastantes premios en distintos festivales. Quizá la crítica más linda que recibí fue la del gran maestro José Martinez Suárez, que me pidió la película para pasársela a los alumnos de su taller.
-¿Tiene in mente la realización de algún largometraje?
-G.S.: Sí. Estoy en la etapa de elaboración de un guión, que para mí al comienzo tiene bastante del trabajo de campo de un antropólogo; entonces estoy investigando, entrevistándome con gente que me puede aportar datos para la historia, recorriendo la ciudad a la noche, buscando, indagando por dónde se puede encarar. También estoy metido en un proyecto de miniserie de televisión.
-¿Cree que el largometraje es como una especie de cuenta pendiente de los directores de cine?
-G.S.: Yo creo que todos los directores aspiran en algún momento a producir un largometraje. En mi caso siento que eso va a ser el resultado natural de un camino recorrido con anterioridad, camino que vengo recorriendo sin apuro. Yo soy muy conciente de lo que cuesta hacer un largometraje en nuestro país, y no me refiero sólo al aspecto económico. Uno tiene que estar muy apasionado por la historia; el esfuerzo implícito y las ganas que uno le pone al proyecto siempre se ven en pantalla. Y la pantalla de cine es mucho más grande que la de la tele.