Publicidad > Global | EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI
Alberto Borrini |
Hace tres o cuatro años, en una de sus visitas regulares a la Argentina, Jacques Séguéla, máximo responsable creativo de la red mundial RSCG, me obsequió un ejemplar de su libro Ochenta años de publicidad de Citroën, una retrospectiva de la publicidad de la marca francesa.
Comienza con el primer anuncio de Citroën como fabricante de automóviles. La empresa, que durante la Primera Guerra Mundial tuvo que dedicarse a producir pertrechos militares, a su término cambió y en enero de 1919 presentó en sociedad “el primer automóvil francés construido en serie”. El mensaje era de formato modesto, y el título también hacía las veces de eslogan.
Séguéla festonea su historia con magníficas reproducciones de anuncios y afiches; desfilan así todas las etapas de la firma y de Francia, pasando por la ocupación, los años sin publicidad y el lanzamiento en el Salón de París de 1947 de la célebre 2 CV, cuyo curioso aspecto le ganó más bromas que elogios, desde “Una lata de conserva”, hasta la que pronunció el propio presidente de Citroën: “Cuatro ruedas bajo un paraguas”.
Sin embargo, el 2 CV había sido pensado y construido a la medida de un país que salió empobrecido de la ocupación y tenía ante sí un mercado que no podía comprar un coche más caro y lujoso. Pero lo revolucionario del diseño y de la construcción fascinó al mundo y el 2 CV terminó por convertirse, como su colega el Fiat 600, en uno de los modelos europeos más longevos y queridos.
Desde el principio, Citroën se rodeó de los mejores artistas, como Pierre Louÿs, ilustrador de las primeras campañas, y el genial Raymond Savignac, artífice de los anuncios de la década del ’80. La última pieza francesa que muestra el libro es la del lanzamiento del Citroën Xsara Picasso, de 1998.
Sobre la izquierda, asoma un primer plano del rostro de Picasso; debajo de él, una foto chica del vehículo y, en la parte superior, escrita en caligrafía infantil, esta frase: “Dime mamá, ¿por qué el señor se llama como el auto?”.
Séguéla señala que para lanzar el modelo tuvo “una idea loca, apelar a Picasso”. Después de las discusiones del contrato con los herederos del pintor, la agencia presentó el nuevo concepto hacia el final de 1998. Bautizar a un auto con el nombre de un genio de la pintura pudo parecer una irreverencia, pero el público lo entendió. El mensaje de lanzamiento concluía con una frase escrita con letra chica: “Primer Citroën del 3° milenio, el Xsara Picasso asocia el dinamismo de una berlina y el baúl de una break. Por primera vez un auto merece el nombre de un pintor”.
El único auto cubista
Citroën ya tenía algún antecedente cubista. Séguéla muestra un mensaje del modelo Saxo, de 1996-1997, que utiliza una figura de estilo picassiano para titular “El cubismo fue inventado en una época en que el habitáculo reforzado ya no existía”. Pero había otro, que Séguéla no menciona, quizá por desconocerlo. Una relación anterior de Picasso y Citroën de la que quedaron pocas huellas.
Picasso nunca tuvo un Citroën, fue dueño sí de varios vehículos, entre ellos un Hispano-Suiza 1927, un Dauphine, un Hotchkiss, un Mercedes, un Alfa Romeo. Pero únicamente dejó su marca, y su obra, en un DS 1955 que no era suyo, ni siquiera de la persona que lo visitó y que lo había pedido prestado para viajar hasta Cannes en 1958, donde el pintor tenía su taller. El inusual gesto convirtió a ese ejemplar de Citroën en el único auto cubista del mundo.
La historia que sigue la leí en la revista dominical del diario El País, de Madrid, de hace unas pocas semanas. Se trata de un reportaje, titulado “El coche perdido de Picasso”, realizado al periodista mexicano Manuel Mejido, hoy de 72 años, que con mucha audacia, e invocando una representación que no tenía, consiguió en su juventud entrevistar a un Picasso que no recibía a la prensa.
Terminada la reunión, cuenta Mejido, Picasso desapareció durante un par de horas sin avisar a sus invitados (había un par de periodistas más que se mantuvieron en un segundo plano); cuando regresó los invitó a salir al jardín. El Citroën DS ya había dejado de ser un coche común, porque Picasso, satisfecho de su travesura, había pintado en él “Las guirnaldas de la paz” y, a pedido del presunto dueño, su cotizada firma.
Mejido, de regreso en París, vendió el coche a una galería de arte por una fuerte suma, separó el precio del vehículo y se lo pagó al dueño, y se quedó con el resto. Fue el comienzo y el fin de la trayectoria conocida del auto picassiano. Mejido lo perdió de vista, y nadie sabe qué pasó realmente con él. Su existencia era desconocida incluso por los más famosos biógrafos de Picasso, y no hay registros en los varios museos consagrados al genio del cubismo.
Varias décadas después, la “idea loca” de Séguéla volvió a unir a Picasso con Citroën. La firma fundamentó su decisión en la ruptura que el pintor y la empresa habían realizado en sus respectivas actividades.