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Redacción Adlatina |

Germán Sopeña, un comunicador inolvidable

Alberto Borrini, columnista habitual de adlatina.com y del diario argentino La Nación, relata sus últimos encuentros con Germán Sopeña –periodista desaparecido trágicamente en un accidente de aviación el sábado último- y evoca las pasiones de un hombre inquieto, inteligente y versátil.

Germán Sopeña, un comunicador inolvidable
Germán Sopeña en la redacción del diario La Nación -foto tomada de www.lanacion.com-.
(Por Alberto Borrini) – Quiso el destino que me tocara coordinar un panel integrado por Germán Sopeña, Luis Atucha y un empresario brasileño, André Oliveira de Castro, con el cual abrió el Foro de Comunicación Institucional 2001 organizado por la Asociación de Dirigentes de Empresa (Ade). Fue el martes 24 de abril, cinco días antes de que Germán nos dejará a consecuencia del fatal accidente de aviación que también segó las vidas de Roberto Rocca, presidente de Techint, y otras personalidades. Debió de ser una de sus últimas intervenciones públicas, en la que volvió a desplegar su enorme vitalidad, capacidad de análisis y comprensión de problemas ajenos a su quehacer específico, el periodismo. Sopeña, como el resto del elenco, fue convocado por Enrique Federico, Susana Policelli y Jorge Beauverger, directivos de Ade, y la primera reunión del Foro, que abarcará cuatro y se extenderá hasta principios de agosto, fue abierta por el presidente de la entidad, Alfredo Herrero. Lo primero que tuvimos que agradecerle a Germán fue haber hecho el esfuerzo de asistir, porque ese día las noticias de tapa de los diarios hubieran bastado para justificar la ausencia del secretario general de un gran diario como La Nación; sólo pidió hablar en primer término para cumplir con otro compromiso casi simultáneo y poder retornar al Foro para intervenir en la parte más dinámica, la del debate con los casi trescientos asistentes. Germán volvió a demostrar esa mañana su versatilidad intelectual y su vocación por la comunicación en todas sus formas. Solía definirse como “un redactor”, aunque todos lo considerábamos un consumado periodista. Pero en rigor era más que eso: un enamorado de la vida que se entusiasmaba con los trenes, a los que dedicó un libro (“La libertad es un tren”); con los autos (fue redactor especializado en el tema) y sobre todo con la Patagonia, que amaba y a la que terminó consagrándole su vida. Pero también le interesaba el mundo de las empresas, que juzgaba sin prejuicios y con la comprensión de un estudioso. Como coordinador del Foro, consideré necesario hacer una introducción al tema, recordando que Sopeña y yo, con otros colegas, habíamos participado quince años atrás, en 1986, de un seminario de parecido tenor (“La empresas y los medios. La política del low profile”), organizado por el Instituto para el Desarrollo de Empresarios en la Argentina (Idea). Pensé que Germán, cuya exitosa carrera le impuso otras obligaciones, había olvidado por completo aquel modesto encuentro de periodistas y comunicadores empresariales en que todos apuntamos las baterías contra las gacetillas de prensa, cuyo abuso era visto como una plaga por la mayoría de nosotros. Pero para mi sorpresa, Germán tampoco había olvidado aquella temprana experiencia, y explicó que uno de los motivos era que en ella fue también puesto sobre el tapete el hecho de que un año antes, en 1985, Ford había atravesado por una de las instancias más difíciles de su vida institucional cuando la fábrica de General Pacheco fue ocupada. Esa difícil situación pudo ser superada, añadió, gracias al desempeño de un experimentado comunicador, Alberto Salem, por entonces responsable máximo del área en la empresa automotriz, designado único vocero e intermediario con los medios. La información pudo así fluir sin trabas, transparentemente, y el caso se convirtió en paradigmático para los analistas, estudiosos y estudiantes de relaciones públicas y comunicación corporativa. Sopeña recordó otros conflictos posteriores, no tan bien manejados como el de Ford, pero siempre con una gran comprensión de las dificultades que a veces deben enfrentar los comunicadores cuando el resto de la empresa no los acompaña. Sin embargo, fue en el espacio consagrado al debate que Sopeña demostró toda su rapidez mental y su equilibrio. Una pregunta se refirió puntualmente a cómo se comunica institucionalmente un gran diario, habida cuenta de la tentación que representa el enorme espacio que tiene a su disposición. Germán contestó que precisamente ése era el problema, y que debía ser resuelto con mucha discreción, porque nunca habría que olvidar que la gente compra los diarios por las noticias en general y no para enterarse de las novedades de la empresa editorial. La mayor cantidad de preguntas fue dirigida a Sopeña y a Atucha, cuya exposición fue muy concreta y precisa. Pero puesto a recordar, encontré otras modestas coincidencias con Germán además de la más obvia, haber sido compañeros en los últimos cinco lustros en La Nación y durante varios años en la misma sección, Economía, cuya jefatura ejerció hasta ser designado para otras responsabilidades. Mi simpatía por los trenes viene de familia (mi padre fue empleado ferroviario), aunque nunca llegó al entusiasmo de Germán por viajar en los grandes expresos ni a dedicarles un libro, aunque leí varias veces “Pasajeros del mundo”, de Paul Theroux; escribimos, en distintas épocas, para la misma revista, Panorama, y hasta entrevistamos con diferencia de varios años, en París, a una misma personalidad, Louis Pauwels, por entonces director de la revista dominical de Le Figaro y uno de los autores de un libro que en su momento me cautivó y que motivó mi viaje: ”El retorno de los brujos”. Más que un amigo, fui un admirador de Germán, de su versatilidad como periodista, de su enorme capacidad de trabajo, de la pasión que ponía en sus vocaciones, de su espíritu amable y comprensivo, y no encontré mejor manera de rendirle un homenaje que dedicarle estas modestas líneas, que confío a la velocidad y ubicuidad de adlatina.com.