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Redacción Adlatina |

El señor Los Mercados

Hipersensible y quisquilloso, la edad lo ha vuelto más desconfiado y no es fácil entusiasmarlo como en los viejos tiempos. Y el señor Los Mercados sigue trazando, con sus humores y enojos, buena parte del destino económico de la Argentina, como en tantos otros países.

El señor Los Mercados
Por Edgardo Ritacco (*)
El señor Los Mercados es un personaje veterano, pero para muchos argentinos ha sido una revelación más o menos reciente. Antes que nada, habrá que decir que es un individuo extremadamente quisquilloso e hipersensible. Su delicada piel no soporta siquiera la inocente presión de un dedo pulgar haciendo zapping con el control remoto de la TV. Todo le afecta, todo le duele y le deja moretones. Y se queja en voz alta. El señor Los Mercados, tal vez por tener tamaña sensibilidad, es cada día más escéptico y desconfiado. En otros tiempos cualquier cosa positiva que rescataba de los gobernantes le provocaba una alegría más o menos duradera. El hombre salía a la calle en un loco spree, subía los índices que debía subir, bajaba los índices que debía bajar, y dejaba a la gente con la ilusión de que todo andaba viento en popa. Hoy ya no lo entusiasman tan fácilmente; se ha vuelto hosco y ermitaño, quiere ver para creer, y, si es posible, esperar hasta el final de la película para dar signos de alegría o aprobación. A la gente del común el señor Los Mercados le parece un sujeto borroso, pero él se mira al espejo y sabe que existe y que es muy poderoso. Al más puro estilo cowboy, va marcando con muescas en sus armas las cabezas de ministros que han caído a raíz de sus picadas, frenazos y corcoveos. La colección de víctimas, sumada a su edad, lo ha puesto cada vez más exigente y cascarrabias. Antiguamente era muy raro que los gobernantes lo mencionaran cuando debían modificar el gabinete o al lanzar alguna medida económica importante. Ahora, hasta el propio presidente musita ante la prensa, ilusionado, después de larguísimas jornadas de debates y discusiones: “Esperemos que esto agrade a los mercados y les haga cambiar el humor cuando vuelvan a operar mañana”. Es tan poderoso el señor Los Mercados que de un tiempo a esta parte los ministros de Economía renuncian los viernes de tardecita, aunque se haya corrido el rumor desde tres días antes, y el nombre del reemplazante tiene que estar en la calle a más tardar el domingo por la noche, mezclado con imágenes de Fútbol de Primera y con la modorra natural de ese momento gris de la semana. Porque el lunes, fresquito y perfumado, el señor Los Mercados empezará a jugar su propio partido en distintos escenarios de aquí y de afuera. Conectado punto a punto con Wall Street, sin un minuto de interrupción, su corazón palpitará con las veleidades del Nasdaq –que era tan hermoso y acogedor hace apenas un año, y hoy es un cuco disfrazado de megachip–, y también se pegará a la suerte del Dow Jones, que aunque vive resentido con el apodo de “índice de la economía vieja”, se comporta menos esquizofrénicamente que su compañerito tecnológico. Y vibrará con las debilidades del yen y con la difícil relación de pareja que mantienen cada veinticuatro horas el dólar con el euro. Pero no todo es Wall Street para el señor Los Mercados. Toda la información nacional lo afecta, para bien o para mal, roza su sensible piel y escarba en sus costillas hasta provocarle dolor o proporcionarle placer. Un acuerdo con el Fondo (aunque sea una mera carta de intención o tan siquiera una postal de la ahora más alejada Teresa Ter Minassian) le producirá una sensación de plenitud como pocas en este mundo. Una concesión del gobierno a las CGT para levantar un paro le provocará, en cambio, una horrible acidez, que sólo podrá calmar en parte cuando tome la dulce revancha de poner la flecha hacia abajo en la síntesis del noticiero nocturno. Un aumento de la recaudación le sentará como un paño frío en la frente afiebrada, y una declaración de Alfonsín del tipo “ayer tuve un sueño hermoso, todos los argentinos nos tomábamos de la mano y cantábamos que hemos olvidado para siempre la deuda externa” lo sacudirá con un espasmo hasta dejarlo internado, mientras llueven los llamados del extranjero que deberá atender desde la sala de terapia intermedia. Por las dudas, los médicos le ocultarán los diarios donde aparece que las consultoras del riesgo han bajado otra vez la calificación de la Argentina, un concierto de letras B sazonado con signos más y menos de ominosa resonancia en el establishment. Un acuerdo político de gobernabilidad entre radicales y frepasistas podrá aliviarle pasajeramente el estómago, pero enseguida alguna versión sobre más ministerios que se otorgarían al Frepaso le reverdecerá viejos ataques al hígado. Su escepticismo es tan marcado de un tiempo a esta parte que sólo ha celebrado en secreto, sin dejarse delatar por las cifras, la llegada de Domingo Cavallo al Ministerio de Economía. Es que al señor Los Mercados no hay, casi, noticia local que le sea ajena: el rebrote de la aftosa, los chisporroteos con Brasil, el arranque del impuesto al cheque, la vaca loca europea, el guiño de Bush a Cardoso, los cambios arancelarios, la venta de Riquelme, el asalto a un juez, el último chiste de gallegos. El señor ha crecido y ya a su edad las mañas son más poderosas que sus fuerzas, que nunca fueron pocas, dicho sea de paso. Y sabe muy bien que una oscilación en el Merval en un mismo día provoca inquietud inocultable en Los Que Mandan. Y que una cotización alta de las tasas de las Letes tiene el valor de una dilecta revancha. Pero si todo eso fuera insuficiente, el señor Los Mercados saca a relucir su flamante arma, bruñida y filosa: el Riesgo País, que ya la gente llama por sus iniciales, RP, señal de que va entrando en confianza. Como alguna vez fue el dólar, ahora el RP es el termómetro que mide la temperatura visceral de las Arcas de la Patria. El señor Los Mercados sabe muy bien que con el RP no se puede, porque la deuda se va a las nubes y la inversión extranjera huye hacia otros meridianos y latitudes. Y lo deja allá arriba, rondando los sombríos 900 puntos, más del doble del valor que tiene México, por ejemplo, pese a que los zapatistas han entrado en la Capital con pasamontañas y todo. Es que al estilo de ese aviso de jugos, el señor Los Mercados ha aprendido a decir: “Quiero más”. Y no tiene ningún sentido contestarle, como el mayordomo, “No se lo merece”. (*) Director periodístico de la revista EL PUBLICITARIO.