Por Orlando Aprile
Este anuario es una recopilación de la mejor publicidad de este fin de siglo, a juicio de un jurado integrado por nueve especialistas que se las tuvieron que ver con 13.665 inscripciones. Las categorías analizadas, y también premiadas, son mucho menos que las habituales en estos casos. Anuncios en diarios, revistas y otros soportes gráficos (trade ads), posters, materiales de promoción, incluyendo los de self promotion, campañas de bien público y comerciales de radio y de televisión. Cada uno de los seleccionados, y reproducidos cuidadosamente en el anuario, tiene su ficha técnica, y en el caso de la radio y la televisión, los correspondientes guiones y fotogramas.
Un rápido repaso, de los que vivimos aquende el ecuador, nos permite comprobar que la mayoría de los seleccionados son ilustres desconocidos, en su sentido más literal.. Además, como suele suceder en estos casos, no hay grandes novedades ni sorpresas creativas. Aunque, en honor a la verdad, la selección nos permite conocer lo que sucede en otros ámbitos y probar, una vez más, que aquí, allá y acullá, en lo que hace al quehacer publicitario, no se dan las diferencias significativas que se que verifican en otros campos, como la economía y la cultura.
DE COLUMNAS Y COLUMNISTAS
Amén de la sucesión de avisos, posters, comerciales y banners, este anuario alberga otras tres secciones: Tecnología, Columnas y Departamentos. En Tecnología, hay cuatro artículos que tiene que ver con los banners en la web, con la siempre inestable relación entre el diseño y la tecnología, y con los textos, recursos, herramientas y otros elementos (como los CD), que se están empleando para diseñar y comunicar. En Departamentos, hay informaciones sobre clubes, conferencias y seminarios, reseña de libros y los consabidos y prolijos directorios con nombres, direcciones y correos electrónicos.
En las Columnas hay seis artículos de especialistas sobre temas legales, opiniones y uno, sobresaliente y polémico, de Jelly Helm, que analiza la actual problemática publicitaria. Empieza por disparar algunas cifras y datos contundentes, los vincula, en seguida, con la comunicación publicitaria y con la realidad económico social para concluir con tres propuestas tan concretas como incómodas para el común de los publicitarios.
Un ciudadano estadounidense común y corriente, anota Helm, es víctima inocente de unos 3.000 (sí, tres mil) mensajes publicitarios por día, si se toman en cuenta los comerciales de radio y de televisión pero, asimismo, los anuncios de gráfica, de vía pública, banners, y los que se despliegan en los pisos se los supermercados y shoppings y aún en las paredes de los baños públicos. Las inversiones en publicidad, en el citado país del norte, y desde 1935 a la fecha, se multiplicaron ocho veces. Y si todo esto no alcanzara para convencernos del grado de saturación publicitaria, Helm añade que el pobre couch potatoe, a lo largo de su vida, ve un promedio de 150.000 comerciales de televisión.
Esta invasión publicitaria, ciertamente no es un dato novedoso, sino efecto – causa de la sobre oferta y el consiguiente sobre consumo de bienes y servicios. Para frenar esta saturación Helm desarrolla una triple propuesta:
1• Que solo se promuevan (y publiciten) aquellos bienes y servicios que beneficien el desarrollo y bienestar humanos.
2• Dejar de promocionar el consumo irresponsable, competitivo e imprudente de bienes.
3• Prohibir (así lo propone) toda la publicidad dirigida a los menores de 123 años, en todos los medios.
¿Apocalíptico, excesivo o profético?
Tal como aconsejaba Pericles, hay que esperar por el más sabio de los consejeros, el tiempo para saber si Helm acierta con su pronóstico.