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Redacción Adlatina |

Insufribles

Están en todas partes: la calle, la oficina, el despacho ejecutivo, el supermercado o la ruta. En la tierra, el agua o en el cielo. Son expertos en hacer un poco más invivible la existencia de los demás. Una pequeña guía para que cada uno agregue los de su propia experiencia.

Insufribles
Por Edgardo Ritacco (*)
La ciudad de Buenos Aires está llena de insufribles. Un insufrible, como lo dice la palabra, es un individuo (hombre o mujer) que le hace un poquito más difícil la vida al semejante, sea por egoísmo, por petulancia o por pura y simple idiotez. Por cierto, cada uno puede tener su propia lista de insufribles. Aquí van, a título personal, algunos de los que, creo, merecen figurar en esa categoría: El que dice del otro lado de la línea “¿Te robo un minutito?” y después se pega con cemento al teléfono para contar la historia de su vida. El que vacía el cenicero del auto o tira latas de gaseosas vacías por la ventanilla mientras va andando por la calle. El que, sentado en el subterráneo, apoya los pies en el asiento vacío de enfrente. El que pone su equipo de sonido a todo volumen y se asoma al balcón para ver como disfrutan de su rock pesado los que pasan por la vereda. El que le dice a todo el mundo “¿Qué hacés para estar siempre igual?”. El que pega chicles en los pasamanos de los colectivos. El paseador de perros que deja que la jauría haga sus necesidades en forma coordinada y simultánea en la puerta de calle de cualquier cristiano. El que sigue insistiendo con eso de “bien o te cuento”. El que antes de cortar la comunicación le dice al otro “quedate tranquilo, yo te llamo cuando tenga algo”. El que enciende un cigarro o un habano en el avión. El político que dice “honestamente” cada tres palabras. El quiosquero que dice “No tengo monedas ¿Le doy caramelos?”. El que babea los teléfonos públicos. El que, en la casilla del peaje, revuelve todo el auto buscando dinero para pagar. El que tutea indiscriminadamente a todo otro mortal que se le cruce, no importa su edad, sexo o condición. Las secretarias que repiten sin emoción ni variedad “está en una reunión, ¿quiere dejarle un mensaje?” Las secretarias que tienen contestador automático. El mecánico que, ante el pedido de un presupuesto, responde “ah, no sé, tengo que abrir primero y ver con qué me encuentro”. El que se sienta justo abajo del cartelito “sector no fumadores” y de inmediato enciende un cigarrillo. El que habla a los gritos por un celular mientras camina por la vereda. El que da la mano tipo “masita”, blandita, chiquita y fría. El que, al reconocer a quien se ha comunicado por teléfono, dice: “Ah, sos vos, justo te iba a llamar. ¿Será telepatía?”. El que dice a cada rato “no se si me entendés”. El que maneja un camión repartidor de soda y estaciona en triple fila mientras baja los cajones. El que se atraganta con su propia risa mientras cuenta un chiste. El que dice “yo estoy llegando el martes a la noche”. El que dice diez malas palabras por minuto haciendo radio porque es “desestructurado”. El que pone en su boliche el cartelito “Baño exclusivo para clientes. Llaves en la caja”. El que por cada tema nuevo que sale, tiene un viaje a mano para ilustrarlo. El que arranca una nueva dieta y atormenta a sus amigos exigiéndoles que lo imiten. El tachero que fuma a escondidas, el pucho fuera de la ventanilla, por no tirar al que encendió cuando todavía estaba libre. El que se queda años dentro del cajero automático acomodando papeles en el portafolios. El que se adelanta a cien por la banquina en un atascamiento de ruta. El plomero que para arreglar una mísera canilla dice que necesita salir a comprar un cuerito. El que habla con quien sea con los auriculares del walkman puestos. El que manosea frutas en el supermercado y después se lleva dos limones. El que lava la vereda con agua jabonosa a las 12 del mediodía. El que va al banco a pagar dos mil quinientas boletas y se queda a vivir en la ventanilla. El médico de la prepaga que empieza a mirar el reloj a los cinco minutos de iniciada la consulta. El que manda e-mails pesadísimos a gente que ni conoce. El que vuelve de unas vacaciones en el Caribe y pregunta al llegar si sigue la malaria. (*) Director Periodístico de la revista EL PUBLICITARIO.