Publicidad > Argentina | El ESPACIO DE ALBERTO BORRINI
Alberto Borrini |

Colchones: la más cómoda manera de ahorrar

El columnista de adlatina.com comenta que en contexto económico inflacionario, la compra, aunque sea de productos innecesarios, aparece como la única opción para ahorrar. En este aspecto, subraya las increíbles ofertas que existen para la compra de colchones. Y hace un breve recorrido por la historia de este objeto cotidiano, que llegó a utilizarse, incluso, como caja fuerte.

Colchones: la más cómoda manera de ahorrar
“Sin lugar a dudas, los colchones son un negocio redondo, pese a su forma rectangular y proporcional a la molestia de su almacenamiento”, dice Borrini.

Como sistema para ahorrar son incómodos, lo admito, pero no hay otro que se pueda comparar por sus ventajosas condiciones de compra y financiación. Basta con repasar los anuncios gráficos de fin de semana, tan grandes como una cama: 45 por ciento de descuento, 18 cuotas sin interés, todas las tarjetas. Una oferta sólo comparable con las de los autos, pero por fortuna los colchones no pagan seguro, ni patente, ni consumen combustible.  

De la nueva modalidad de comprar para ahorrar (¿cuánto se ahorra si no compra lo que no necesita?), es sin duda la más ventajosa. El único problema es dónde guardarlos en caso de no necesitarlos inmediatamente, porque debajo de la cama, en los departamentos más chicos, ya no caben las valijas con las ropas de la estación anterior. Tampoco se pueden poner en el sótano, porque la humedad puede destruirlos, ni parados detrás de la biblioteca, mueble que ya pasó a la historia, desplazado por unos cuántos pendrive sueltos junto a la computadora.

Hubo un tiempo sin inflación y sin tanto temor a robos y asaltos en el que el colchón cobró fama como lugar seguro para guardar el dinero ahorrado, pero hoy nadie ahorra en pesos, ni se hace ilusiones por su seguridad: el colchón, como trasnochada caja fuerte, es el primer lugar cardado por los ladrones domiciliarios.

¡Pero qué tentadora oferta para ahorrar comprando! Colchones y sommiers con 18 meses para pagarlos. ¿Se detuvo a pensar en cuánto tendremos que pagar por un kilo de pan o un litro de nafta dentro de año y medio? Sin lugar a dudas, los colchones son un negocio redondo, pese a su forma rectangular y proporcional a la molestia de su almacenamiento.

Para los de mi generación, los colchones son también el trampolín de la nostalgia. Cuando era chico  (sí, ya había), eran de lana y había que cardarlos, o airearlos periódicamente, para que sigan siendo blandos y cómodos y, sobre todo, para evitar que los invadieran insectos dañinos. Para este menester llamábamos a un colchonero, que se encargaba del trabajo. Es probable que el colchón haya sido uno de los primeros productos en globalizarse, porque hasta donde recuerdo, el diseño era igual al menos en España, y por eso a los hinchas del Atlético de Madrid, casaca blanca con rayas rojas, los llaman “colchoneros”.

Mi afición a la historia me llevó a indagar la biografía del colchón a través de los tiempos, las costumbres y los materiales. La historia del colchón es la del progreso horizontal, el que avanza de noche como se dice de los países que retroceden de día y sólo crecen cuando los gobernantes se van a dormir y no hacen nada. Un trámite que se ajusta como un guante a la memorable frase de Ortega y Gasset: “La gente no quiere estar. Quiere estar bien”. Sobre todo cuando descansa.

El colchón es tan viejo como la noche. Sus antecedentes se remontan al neolítico, cuando después de cazar y comer, el hombre sintió la necesidad de cambiar de posición, de vertical a horizontal, para descansar. Comenzó por rellenar pellejos con pieles de animales. Siglos después, descubrió que las bolsas eran más confortables si las llenaban con hierbas, hojas o paja. Nació así el colchón vegetal. Los materiales se cruzan, van y vienen según la latitud y el grado de bienestar buscado. Curiosamente, el colchón de agua, un refinamiento que cobró cierta popularidad hace menos de un siglo, fue inventado en Persia en el año 3.500 AC. Los árabes no sólo ablandaron el colchón, sino además las costumbres y la vida diaria a medida que avanzaban las fronteras de su imperio.

En algún momento, en Francia, la lana del relleno fue reemplazada por muelles metálicos; primero con forma cilíndrica, y luego cónica. Pero no por mucho tiempo porque dolían. La técnica siguió cambiando los materiales: hoy pueden ser de lana, de agua, de plumas, de látex y de espuma de polieuretano -novedad que desarrolló la Nasa en los años ’60 para hacer más confortables los primeros viajes espaciales-. Hoy se fabrican colchones especiales para usar en las cárceles, a prueba de fuego; para trenes, casas rodantes y otras clases de transporte. Más delgados y livianos, para usar en campamentos, constituyen el sexo débil de los colchones y se llaman, apropiadamente, colchonetas.

Durante muchísimo tiempo los colchones pudieron manejarse bien sin ser sublimados por una marca comercial; de hecho la primera, Beauty Rest, recién apareció en 1925 en los Estados Unidos, fabricada por Zalman Simmon. Hoy, los anuncios dominicales de los periódicos ofrecen “todas las marcas”. La posición horizontal, tan holgazana, no ha inspirado a los poetas; a falta de piropeadores literarios, queda el genio que extrajo la magia de las cosas, Ramón Gómez de la Serna, una de cuyas famosas Greguerías dice: “La noche del día en que han aireado la lana del colchón, el rebaño de los sueños aparece rejuvenecido”.