Publicidad > Latinoamérica | COLUMNA: DÍA DE LA MADRE
Redacción Adlatina |
La VP de TBWA Latinoamérica, que fue madre en pandemia, reflexiona sobre las vicisitudes de ser madre y trabajar en la industria publicitaria.
Por Damasia Merbilhaa
VP de TBWA Latinoamérica
Cada vez que se acerca el Día de la Madre, nos inunda una mezcla de ternura, orgullo… Y agotamiento. Porque ser madre en esta industria —o en cualquier otra— mientras se trabaja a tiempo completo, es una coreografía compleja.
Estamos acostumbradas a vernos como malabaristas: capaces de resolver una presentación en medio de la madrugada, armar la mochila mientras respondemos mails, o presentar una idea con la cámara apagada porque estamos sosteniendo a un bebé en brazos
Por eso, en este Día de la Madre, nos propongo bajarle un poco el volumen al “yo puedo con todo” y subirlo para una verdad más incómoda: no le debemos la perfección a nadie.
Ni a nuestros jefes, ni a nuestras parejas, ni siquiera a nuestros hijos.
Lo que sí nos debemos es bienestar. Estar sanas. Estar presentes —cuando podamos, como podamos— y ser felices.
Va a haber días en que no llegamos al acto escolar. Otros en que faltamos a una reunión de trabajo. Veces en las que hagamos una videollamada y voces tontas con nuestros hijos desde un pasillo de hotel durante un break en una conferencia, y otras que contestemos un llamado laboral mientras empujamos una hamaca en la plaza.
Ocasiones en las que apaguemos el monitor del bebé porque tenemos que tomar un vuelo de trabajo. Y otras que apaguemos el mail porque estamos, finalmente, de vacaciones en familia.
Y en esos momentos —los que no salen en LinkedIn ni en Instagram— también somos madres. Una madre real.
Una madre que ama su trabajo, que ama a sus hijos, y que, cada tanto, desborda.
Insistir en la perfección no solo es injusto, sino peligroso. Especialmente para quienes recién están entrando a este universo: madres primerizas, o futuras madres, que creen ver la vara mucho más alta de lo que realmente debería estar.
El mandato invisible de poder con todo nos pesa. Y no solo nos pesa: nos condiciona. Es hora de soltar ese peso.
Y de llevar en nuestras espaldas solo lo que realmente importa. Nuestros sueños. Nuestras elecciones. Y sólo cuando nos divierte a nuestros hijos a caballito.
Y si en el camino llevamos un tatuaje de unicornio pegado en el brazo, que nos pusieron anoche con una sonrisa, ¡mejor aún!