Inspiradores Argentina

INSPIRADORES #13

Omar Di Nardo: “Voy a seguir siendo un publicitario hasta que la muerte nos separe”

Cuenta su biografía que, después de haber estudiado dibujo y pintura en la Escuela Panamericana de Arte, tuvo que decidir si su vida pasaba por la arquitectura o por la publicidad. Y su corazón eligió latir por la publicidad. Hoy asegura: “La publicidad no solamente me dio de vivir, sino que me enseñó a vivir. Y mi deber es hacerla sobrevivir”. En la nota, sus mejores trabajos.

Omar Di Nardo: “Voy a seguir siendo un publicitario hasta que la muerte nos separe”
Di Nardo: "La edad a mi no me importa. No van a vencer la juventud que tengo adentro".

Omar Di Nardo formó parte de una de las primeras duplas creativas del país, de la mano de David Ratto. Fue director general creativo de De Luca Publicidad durante 19 años. Formó parte del departamento creativo de Young & Rubicam. También ejerció la docencia en la Escuela de Creativos, la Universidad de Palermo y la Universidad Católica Argentina. Creó el FEPI, Festival de Publicidad del Interior del País.

Se crio en General Acha, La Pampa, entre el cine y las revistas de cómics. Amante del diseño y la arquitectura, descubrió la publicidad “por accidente” y se enamoró.


¿En qué momento de su vida puede recordar que, de alguna manera, apareció la publicidad en su vida?

Bueno, en mi época no había televisión. Pero, yo vivía en General Acha, La Pampa, que es donde nací. Y en ese pueblo había un cine. El cine Rex. El dueño era el esposo de mi tía. Había una función de miércoles a domingo. Recuerdo que iba a ver películas en continuado, por ahí empezaban el miércoles, daban otro capítulo el viernes…


La antesala de las series que hoy son moneda corriente… ¿Recuerda qué tipos de películas eran?

Iba a ver películas de aventuras. Pero, además, tenía la posibilidad de subir a la cabina, donde estaban los proyectores. Así que he visto incluso hasta las prohibidas. Cuando vi Cinema Paradiso me acordé mucho de mis épocas en el cine Rex.


¿Qué edad tenía entonces?

Seis años, pero no eran los seis de ahora. Por entonces, andábamos en la calle… Creo que eso me empezó a aflojar las chapas. Otra cosa que me fascinaba eran los cómics. Que alguien hiciera esos dibujos y yo pudiera imaginar mi historia me parecía fascinante.

El cine era el paseo típico del pueblo… Eso, ir a tomar el vermut en la vereda. Cuando terminaba el cine era como que se apagaba el pueblo. En cambio, el cómic era algo que veía con mis amigos.


¿Cuáles le gustaban?

Me acuerdo de una en particular, Misterix, que medía como 12 centímetros por 26. Con el tiempo, cuando estuve en publicidad me di cuenta de que esa revista la hacían con los restos de papel que quedaban de las resmas. Siempre digo queel sueño no es lo que uno sueña a la noche sino aquello que no te deja dormir. Y me imagino a Solano López y Oesterheld cuando hacían El Eternauta. Me contagiaron ese sueño. Yo no podía dejar de verlo. Iba a la casa de mi primo para preguntarle si había comprado la revista Hora Cero, donde salía. Hoy ver que están filmando El Eternauta me emociona. Esos son los verdaderos sueños, aquellos que trascienden, que luego se llevan a la realidad. En la época en que miraba eso no lo sabía.


¿Cómo se fue relacionando todo este background para decantar en la publicidad?

Un profesor en la Escuela Panamericana de arte siempre dijo que un dibujante de historieta es un director de cine sin cámara. Por otro lado, siempre me gustó dibujar y fui muy curioso. Creo que la curiosidad tiene mucho que ver con la cultura, y hace que la creatividad sea más fácil, porque te da más recursos.


¿Cómo fue la experiencia en la Escuela Panamericana de Arte, ya que lo menciona?

Estudiar en la Escuela Panamericana de Arte para mí fue un antes y un después en la vida. Tenía un profesor de arte que nos hacía salir a la calle a dar una vuelta a la manzana para que aprendamos a ver. Él distinguía entre el don de ver y el don de mirar. Nos decía que miremos hacia arriba, que levantemos la cabeza. Y que pestañar era como hacer un clic fotográfico. Cuando volvíamos, teníamos que dibujar lo que habíamos visto en el camino. Nos enseñó a mirar con sentido.


Hay una frase suya que alguna vez le escuché decir, que me parece muy descriptiva de su forma de pensar: “la mano es le pantógrafo de lo que uno piensa”…

Sí, la mano es el pantógrafo de tu cabeza. Porque en realidad la mano es lo que uno piensa. Estamos hablando de épocas en las que no existía la posibilidad de hacer una foto con el celular. Otro ejercicio que nos daba un profesor era mirar durante un minuto al perfil de un compañero, observarlo, retenerlo, fotografiarlo con los ojos. Luego agarrar el blog, poner el lápiz en el papel y dibujar lo que había quedado en nuestra memoria. El perfil tal y como cada uno recordaba.


La frase tenía la intención de preguntarle si siente nostalgia por esas épocas, donde había más observación con los ojos y menos fotos con celular, más dibujo a mano alzada y menos diseño con MAC…

Evidentemente, con los años uno tiene nostalgia de cosas que pasaron; eso es indudable, pero porque son buenos recuerdos. Y uno los quisiera traer. Tengo nostalgia de los buenos recuerdos, no de cómo se hacían las cosas antes en relación con cómo son ahora. Nostalgia me agarra cuando me encuentro con Horacio Bertolotti o Raúl López Rossi y empezamos a hablar del pasado. Cada tanto tenemos reuniones de Mad Men; somos como quince, nos juntamos, recordamos historias y lloramos de la risa.


Historias de espionaje tal vez…

Bueno, era parte de la picardía que tenía la publicidad de antaño. Picardías aprendidas de la calle. Vos te matabas por hacer una buena idea que se viera, que le llegara a la gente. Después vinieron un montón de cosas que favorecieron y desfavorecieron.


¿Recuerda alguna anécdota en particular, de esas con las que lloran de risa cuando se juntan?

Hay una anécdota, con Marcos Golfari… Estábamos por lanzar el Renault 18 en De Luca. Y resulta que Thompson estaba tratando de hacer un sondeo, un espionaje, para ver qué íbamos a sacar, cómo era el comercial, cuándo íbamos a lanzarlo. Lo llamó a Casares y le dijo “Agarrate un Taunus, andá y filmá algo. Pero antes de tal fecha nosotros tenemos que tapar la tele con un comercial”. Casares filmó dos autos que se cruzaban, giraban, hacían piruetas; el spot se llamó Torero. Todavía me acuerdo cuando lo vi, era una demostración de producto terrible. Estaba buenísimo. Y lo hicieron para tapar la pantalla antes de que lancemos el de Renault 18. Hay otra historia, que tiene que ver con el lanzamiento de la marca Ariel, el polvo para lavar la ropa. Antes de que se lanzara, la compañía de la competencia, que no me acuerdo con qué agencia trabajaba, presentó unas tapas de inodoro marca Ariel, e hicieron una fijación muy grande en vía pública, para que cuando saliera el polvo jabonoso, la marca no resultara totalmente nueva. Era otra época. No había los medios ni las posibilidades que hay hoy.


Nos salteamos algunos años, pero estábamos en el momento en que la publicidad se cruzó en su vida…

Fue un accidente en realidad. Yo estudiaba dibujo y pintura, iba a la Escuela Panamericana de Arte, y quería ser arquitecto. De hecho, aprobé el examen de ingreso. Pero necesitaba trabajar, y como sabía dibujar se me ocurrió ir a una agencia de publicidad. La primera experiencia fue muy mala, pero después me crucé con Osvaldo Scolati, que me enseñó la ética de la publicidad. Me quedé en esa agencia, estaba próximo a hacer la colimba y me habían tomado. Les debo haber resultado bueno porque me conservaron el trabajo durante el servicio militar. Me pagaban la mitad del sueldo y me daban trabajo freelance. En ese momento, se rumoreaba de que existían equipos creativos. Era una novedad que había traído David Ratto, el trabajo en duplas. Entonces, trataba de ir a los bares a donde se juntaban los publicitarios para escuchar y enterarme. Me encantaba el mundo de la publicidad inclusive después de trabajar. Así es como empecé.


No cabe dudas de que volvería a elegirla, a la publicidad, digo…

Sin dudas. Y voy a seguir siendo un publicitario hasta que la muerte nos separe. No puedo alejarme de esta profesión. Es maravillosa. La publicidad no solamente me dio de vivir, sino que me enseñó a vivir. Y mi deber es hacerla sobrevivir.


Sin ánimo de cortar con la dulzura hacia la publicidad, también es una profesión a la que a veces se le recrimina cierto edadismo. ¿Sufrió de alguna manera “discriminación” por edad? O, como dice López Rossi, que él no dejó la publicidad, sino que la publicidad lo dejó a él…

Sí, yo sabía que iba a pasar… Es como la muerte, ya sabés que va a venir. Sin embargo, la edad a mi no me importa. No van a vencer la juventud que tengo adentro. Pero me tenía que tocar, y me tocó. Y lo sufrí. Sentí como si me hubieran dado de baja en el Ejército, pero yo sigo siendo militar. Sin embargo, también creo que, a mayor edad, mayor experiencia. Entonces, el que no tiene en cuenta a la gente con más experiencia es porque no piensa. Doy este ejemplo: si hay un avión por despegar, y hay dos pilotos para elegir, uno de 60 años, con décadas de experiencia, que dentro de dos años se jubila, y un chico que recién sale de la cabina de aprendizaje. ¿Con quién quieren viajar?


¿Quiénes fueron sus referentes?

Siempre admiré y tuve como faro a gente que vino después que yo. Mis ídolos fueron David Ratto o Hugo Casares, pero también Hernán Ponce, Fernando Vega Olmos, Carlos Bayala, Agulla y Baccetti, Pablo Del Campo, Carlos Pérez, Colonesse, Ronald Shakespear.


Supongo que estará de acuerdo en que la publicidad es un reflejo de la época, de la sociedad… Recién incluso hablaba de las picardías que le enseñó la calle… ¿Cómo era la profesión en épocas de dictadura?

¿Sabés las cosas que yo hice por las que me hubieran metido en cana? Porque en ese momento, uno tenía que mandar a aprobar cada aviso, y tal vez te lo devolvían para cambiar el título y había que hacer todos los originales de nuevo. Una vez hicimos un comercial para Renault Fuego, que tenía dos mujeres que corrían con poca ropa. Pensamos que cuando pasara por “el señor tijeras”, no iba a ver la luz. Finalmente, lo vio como algo artístico y salió.


Para poner un poco en contexto… El “señor Tijeras” fue una figura de la dictadura militar que argentina, que lideraba el Ente Calificador Cinematográfico, y quien estaba a cargo de decidir qué se publicaba y qué no, por decirlo de alguna manera…

No dejaba pasar nada… Cada vez que se hacía un original para publicar en un medio, había que mandarlo primero a ese lugar y ellos te decían si había que poner el precio más grande, cambiar el título, lo que sea. Cuando te lo devolvían había que hacer lo arreglos; todo contrarreloj porque te cerraba la edición del diario donde tenías que publicar. Lo mismo con los comerciales. Antes de que salgan al aire, los tenían que ver ellos, cortaban tomas, y había que hacer todo otra vez. Era terrible. Por ejemplo, no se podía hacer fotos en la calle. Todas mis fotos de autos

son clandestinas. Nos escondíamos en un auto con una cámara de fotos, esperábamos a que pasara el auto que necesitábamos y lo fotografiábamos. Y si había que sacar fotos de gente en la calle, había que pedir todos los permisos una semana antes. Una vuelta, nos llevaron presos a varios de los que trabajábamos en Ratto; estábamos en Costanera Sur y no me acuerdo qué comentario hicimos, apareció un policía un militar de atrás de un árbol apuntando con una escopeta y fuimos todos presos. Por eso cuando la generación siguiente decía que había refundado la creatividad tenía razón. Porque la de ellos fue la creatividad de la democracia. Si pensamos en las cosas que hicieron Agulla y Baccetti… Nosotros no podíamos hacer eso. Yo los miraba y decía ¡qué maravilloso que estén haciendo esto!


Omar, para terminar, ¿en qué ocupa el tiempo actualmente?

Hago lo mismo que hacía antes, pero mucho más feliz. Dibujo, pinto, tomé la experiencia que me dejó la dirección de arte y mi pasión por el diseño y encontré un nicho de mercado que tiene que ver con esa gente a la que le gusta el arte, pero no sabe nada sobre arte. Personas que quieren tener un cuadro para decorar una pared, pero no al precio que venden en una galería de arte. Entonces me puse a hacer arte para decorar. Son cuadros low cost, porque apuntan a otro tipo de público. Cuadros para hacer un regalo, por ejemplo, y sale menos que una remera.

Hago autos con maderas, que levanto de las obras. De hecho, cuando era chico, en la Pampa, me hacía mis juguetes, con madera, serruchos, alambres.

Hoy hago todo lo que me gusta. Ahora hacía las cosas que me gustaban, y las que no, también, porque tenía que ganar un sueldo. Hoy sobrevivo, pero soy tan feliz, y tengo salud, y para mí eso vale mucho más del dinero que pueda ganar.


El reel de Omar Di Nardo




Natalia V. Biscione

por Natalia V. Biscione

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