En la historia de la publicidad siempre hubo campañas religiosas. Mensajes que buscaban atraer voluntades hacia una iglesia determinada utilizando todo tipo de argumentos, con mayor o menor despliegue de marketing y de recursos muy variados (la racionalidad, el temor, el misterio, la sorpresa y hasta el humor). Pero no se recuerda un choque de campañas como la que está sacudiendo a Londres actualmente, en el que los “bandos” se han trenzado en afirmar o negar la existencia de Dios. Y todo ese despliegue desde los medios de transporte: buses y subterráneos, especialmente.
Unos, los de
En el medio, mucha gente que se siente molesta por la intemperancia de ambas partes. Los ateos ponen el grito en el cielo (sin juego de palabras) diciendo que la campaña cristiana no respeta sus derechos y hiere sus convicciones. Y los cristianos, fastidiados porque –juran- la campaña humanista se ha venido financiando con fondos provenientes del estado.
No es un producto
La primera pregunta por hacer es si discutir la existencia de Dios es material apto para desplegar la técnica publicitaria tal como se la conoce en estos tiempos. Dios no es un producto que esté a la venta, más allá de que muchas iglesias y agrupaciones realicen negocios con elementos vinculados a las religiones. Que se sepa, además, Dios no está sujeto a las leyes de la oferta y la demanda. Tampoco tiene un precio que compita en mercado alguno.
Paralelamente, el “no Dios” tiene características similares, publicitariamente hablando. No es en sí mismo un producto, no se ve que pueda tener precio o que haya un nítido mercado en el que pueda cotizarse.
En fin: creer o no en Dios siempre es el resultado de una decisión personal, muy íntima y difícilmente transferible, y las piezas de la publicidad de estos tiempos lucen patéticamente materiales y de bajo vuelo frente a esa entidad divina que algunos atesoran y otros niegan, sin olvidar a algunos, como los agnósticos, que intentan conseguir en este mundo terrenal pruebas definitivas de su existencia.
Pero en Londres la pelea ya ha sido advertida por toda la gente.
Todo arrancó en enero, cuando
La inefable ASA británica (el organismo de control de la publicidad) recibió más de cien quejas por esa campaña. Pero nadie, en esa entidad, sospechaba que la respuesta cristiana (lanzada por los mismos medios) despertaría 1.133 demandas quejosas, la cuarta cifra más alta desde que se fundó el ente de vigilancia.
Textualmente, la respuesta del partido cristiano fue: “Definidamente, hay un Dios. Así que únase al Christian Party y disfrute de su vida”.
Y no quedó allí la polémica. Aparecieron otras entidades para terciar en el debate.
Actitud prescindente
Ante tanto despliegue,
Pero la batalla entre ateos y cristianos no se limitó a chispazos de ingenio publicitario: también tuvo algunos capítulos preocupantes en las calles. El más grave fue el ataque vandálico que sufrió el cuartel central del Christian Party en Londres, un hecho que la policía instaló sin dudar como “un crimen producto del odio religioso”.
En
En enero,
Fondos del Estado
Cuando
Caroline Spelman, vocera de las comunidades conservadoras y del gobierno de la capital británica, dijo que “Gran Bretaña tiene una larga tradición de respeto por la libertad religiosa”. Lo que parece emerger con claridad de las intervenciones del parlamento es que
Ese dinero provino de un fondo de “comunidades” destinado a “solventar campañas que promuevan el ateísmo”. El dinero público estaría siendo usado para aumentar la influencia de esa corriente en concilios, escuelas y entre la propia policía. Al defender su posición en contra de las pinturas religiosas en las paredes de la ciudad,
En este punto convergen las ideas religiosas y la característica de la comunicación, que en lugar de ser publicitaria se comporta como propaganda. Los humanistas acusaron hace unos días al Cristianismo, que, según ellos, “juega en la vida pública un rol que apunta siempre hacia la discriminación y la falta de equidad”.
No se trataba de una declaración descolgada de la actualidad británica. Poco tiempo antes, el arzobispo de York, John Sentamu, había advertido que el Cristianismo “está siendo relegado a una opción más en la elección de estilo de vida desechable, cuando se promueven políticas basadas en los propósitos gemelos de diversidad e igualdad”.
En realidad, la erupción de mensajes publicitarios en las calles de Londres es sólo la punta del iceberg. Por debajo, apenas oculto por las aguas de la sociedad británica, se dinamiza un escenario en el que fuerzas políticas e ideológicas combaten para ganar las voluntades de la gente. Aunque para ello tengan que remontarse tan alto como discutir si hay un Dios… o “probablemente no exista”.