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REFLEXIONES LIGERAS

Con munición gruesa

En esta tercera entrega, Ritacco hace uso de su frondoso vocabulario y fina ironía para desenmarañar las complejas tramas semánticas del periodismo político. En tal sentido, aborda los ‘bombardeos informativos’, los ‘misiles’ dialécticos y los entrevistados ‘ametrallados a preguntas’.

Con munición gruesa
Por Edgardo Ritacco (*)
Me intriga el lenguaje del periodismo político de los últimos tiempos. No hablo del muy especializado, sino del común y cotidiano que aparece en los diarios. Se dice, por ejemplo, que el candidato Fulano `va a desembarcar en Villa Lugano`. Nunca se supo que hubiera un amarradero por esos pagos, a menos que ya se hayan completado los mil días de la limpieza del Riachuelo y yo no me haya percatado a tiempo de que esa vía de agua ya es el nuevo Támesis porteño. En cualquier otro lugar del diario se asegura que el político Perengano esperará los resultados de la elección en su `bunker’ de la calle Rojas, que a lo mejor no pasa de ser una inocente casa de dos pisos con vistas al Ferrocarril Sarmiento. La cosa no se detiene allí, por cierto. Hay un sesgo guerrero en todas las expresiones que se leen y escuchan diariamente. Aquél que tiempo atrás, en usos más circunspectos, era un conocedor del paño, hoy se ha convertido en `un conocedor de las entretelas del poder’. Un hombre de confianza de un presidente, por ejemplo, es hoy en día `un hombre del riñón presidencial’, extraña simbiosis de anatomía con delirio posmoderno. Los políticos ya no guardan silencio: hacen `silencio de radio’, aunque en los hechos esta expresión logística debería ser reemplazada por `silencio de celular’. Un político ya no se limita a criticar al adversario: le `dispara con munición gruesa’, cuando no opta por mandar `una andanada capaz de desestabilizar a su enemigo’. Muchas veces, esto ocurre sólo para `producir una demostración de fuerza’, pero, en todo caso, el analista de nuevo cuño puede colegir que la relación entre ambos `se encuentra en su punto crítico’, que muy probablemente haya alcanzado `un punto de no retorno’. Uno podría arriesgar, sin demasiadas dudas, que si el Acuerdo de San Nicolás se hubiese firmado en los tiempos que corren, el actual periodismo lo habría apodado `La Tregua de San Nicolás’. Tregua que seguramente se calificaría de `inestable’, porque cualquier maniobra podría hacerla `saltar en mil pedazos’ en cualquier momento. Es que en política ya no hay diálogos, sino `contactos’. `Febriles contactos después de medianoche para evitar el cisma’, dramatizan los cronistas de hogaño. Tampoco hay intermediarios, sino `operadores’. Son tiempos de `tiros por elevación’ –cuando el destinatario real está por encima del destinatario nominal–, y también de `torpedeos’ de candidaturas (imagen esta última reservada para los disparos que provienen `de la propia tropa’, para insinuar que la fatal carga ha circulado por debajo del nivel del agua). Tiempos, además, de los temidos `pases de facturas’ (una versión nativa de la vendetta itálica), que, cuando adquieren la contundencia de `los fierros’, se convierten en una imagen más contundente: `A Fulano le pasaron el camión por encima’. Y, aunque sea simbólicamente, la víctima `ya es boleta’, lo que representa un regreso a la meneada `factura’. Guerra, guerra. La guerra es la continuación de la política por otros medios, se dijo una vez. Pero eso fue antes de que se produjera esta curiosa inflación semántica. Toda acción destinada a lograr un efecto político ya no se conforma con palabras tan sobrias y recatadas como acción y efecto: hoy son `ofensivas destinadas a catapultar una candidatura’ (o `a reducirla a escombros’), ofensivas que incluyen `operativos de desgaste’, previos a la segura `aniquilación’ del enemigo. Que no del adversario. Por allí se lee: “El ministro Mengánez quedó contra las cuerdas tras la última movida gremial. Pero seguramente presentará batalla y no será fácil desalojarlo de su cargo. Sabe que está dando una batalla desigual. Algunos, incluso, le han sugerido que sería mejor desensillar hasta que aclare. Pero él siempre prefirió apuntar su artillería hacia sus adversarios y pegar primero”. ¿Cómo irá vestido el susodicho ministro Mengánez a su despacho? ¿Con civilizado traje y corbata, frondoso maletín y abrigo doblado en dos en el brazo izquierdo, o con un uniforme verde oliva, con detalles de camuflaje al tono, borceguíes amarillentos y un brioso caballo para desensillar en la oscuridad, como le piden sus amigos? En otros tiempos –más violentos que éstos, seguramente, en cuestiones políticas– a nadie se le hubiera ocurrido decir que el general rebelde Zutano `le disparó al Presidente’ con declaraciones golpistas. Hoy es común oír hablar de gente que dispara contra gente, cuando apenas le está haciendo una crítica. ¿Qué palabras se dirán cuando, un político o un activista –Dios guarde– dispare realmente contra alguien? El mayor problema de la cultura belicista en el vocabulario es –tal vez– que va desgastando el noble sentimiento de rechazo que tiene la gente pacífica por esas imágenes de violencia. Hoy la sociedad es violenta, pero el léxico cotidiano lo es todavía más. Y este es un tema que debería poner a pensar tanto a los periodistas como a los publicitarios, que también suelen caer en la misma trampa cuando se plantean las campañas políticas. Habría que darles un merecido descanso a los `bombardeos informativos’, los ‘misiles’ dialécticos y los entrevistados ‘ametrallados a preguntas’. Tal vez así se apuntaría directamente al corazón del problema. (*) Director de El Publicitario
Redacción Adlatina

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