El publicitario, consultor y actualmente profesor titular de Medios de Comunicación y Marketing Social de la Universidad Abierta Interamericana, analiza en este artículo la evolución de las palabras “escrache” y “aguante” tan de moda en estos tiempos políticos.
Cosin: “Si te escrachan no aparecés. Si te hacen el aguante aparecés después de hacerte rogar y apenas para saludar y agradecer”. (Foto, Silvio Fabrykant).
¿Te escrachó tu mujer? ¿Te escrachó tu jefe?.
Si alguien te escracha te pone en evidencia, te "agarra justo", te descubre en algo que vos querías evitar. Nadie puede sentirse cómodo en un escrache. El escrache avergüenza, pone al descubierto, atestigua y documenta la falta. Escrache, lo que se dice escrache, es la cámara oculta de algunos programas de televisión. Escrache es el disparo de su cámara del reportero gráfico en un momento oportuno. O inoportuno.
Pero ahora el escrache es otra cosa. El escrache es, ahora, la organización planificada para poner en evidencia ante los medios de comunicación, especialmente la televisión, una denuncia, una bronca, una venganza. La barra brava puede escrachar a un jugador que no quiere poner plata. Un grupo de alumnos puede escrachar a un profesor que toma prueba sin aviso previo. Pero la idea central del escrache es planificar una marcha frente al domicilio de un político, con ollas y bombos, y entonar el famoso ...olé, olé, olé...
El escrache produce vergüenza. Y también odio. Los vecinos del político escrachado murmuran y a veces se suman al escrache. Los hijos no entienden y la madre del escrachado, si vive, reza o sufre o gime.
Si esa misma marcha planificada, ruidosa y festiva, se instala frente al balcón de un famoso y se canta el mismo olé, olé, olé..., esta manifestación no es un escrache sino un "hacer el aguante". Si te escrachan no aparecés. Si te hacen "el aguante" aparecés después de hacerte rogar y apenas para saludar y agradecer. En definitiva el escrache y el aguante es lo mismo. El primero para decir "te odio". El aguante para expresar "te quiero".
A veces lo que impresiona es que al mismo tipo al que hace muy poco se le hizo un aguante de proporciones, un aguante que duró días y noches, un aguante que provocó que el personaje recupere su posición política y por ende su posición en las encuestas públicas y también asegurar un lugar en las boletas electorales, ahora, es víctima del escrache.
Raúl Ricardo Alfonsín, ex presidente, en junio de 1999, estuvo a punto de morirse, después de haber traspasado el parabrisas de una camioneta de una 4x4, camino a un acto en Ingeniero Jacobacci, en la provincia de Neuquen. Alfonsín estuvo 39 días internado en el Hospital Italiano, con diez costillas rotas y más cerca del arpa que de la guitarra, como titulo el diario Clarín, en ese momento.
La televisión mostraba las lágrimas de cientos de personas, jóvenes muchos y viejos otros, que se derramaban en muestra de un dolor que parecía interminable. Adentro del hospital Italiano, Alfonsín no entendía demasiado. Con un respirador artificial que lo mantenía atado a este mundo, seguramente en su mente confusa, aparecían imágenes en blanco y negro de su vida. La asunción de ese sueño llamado ser presidente, esa sonrisa, esas manos entrecruzadas sobre su hombro izquierdo, la gente vivándolo a él y a la democracia. Después, el desmadre. Semana Santa y las felices pascuas, Aldo Rico, los planteos militares, la hiper, los saqueos, la renuncia, la dignidad.
La gente afuera, realizaba un abrazo simbólico al hospital. El abrazo simbólico, un invento de los ‘60, del pop art, el instituto Di Tella, ahora puesto al servicio de las asambleas populares y otros grupos para demostrar cariño. Viejitas que rezaban, jóvenes radicales que hacían "el aguante" día y noche, "hasta que el mismo Alfonsín nos dé la mano". Los hijos, los nietos y hasta Menem declarando que Alfonsín es único, bárbaro, bueno, honesto y sobre todo, que "debe vivir", no morir.
El aguante dió resultado. Los rezos dieron resultados. El abrazo dió resultado. Alfonsín no se murió. Como diría un movilero conocido, " el amor del pueblo no lo dejó morir".
Alfonsín salió al balcón del Italiano, saludó, sonrió y en 40 días pasó del apenas 12 por ciento en las encuestas a tener casi el 44 por ciento.
En el Congreso, en los comités, en los corrillos políticos y sindicales, corría un comentario: ¿estás enterrado en las encuestas?, Bueno tenés que salir como una bala por el parabrisas de un auto, estar a punto de morirte y después resucitar. Alfonsín lo hizo. Como la fórmula de Menem.
Así Raúl Alfonsín resucitó en la política nacional. No muriéndose.
Cuando hace unas semanas Alfonsín sufrió un escrache en lugar de un aguante, no lo pudo tolerar.
Alfonsín en uso de su dignidad quiso pelear, guapear, frente a ese pedazo de pueblo de la Asamblea Popular de Rodríguez Peña y Santa Fé, que lo llamó corrupto. Corrupto. Corrupto a él a quien siempre el dinero, la posesión, los bienes le importaron nada. Si nada. Un carajo, le importaron siempre a Alfonsín.
Para este ex presidente, el que pudo devolver la libertad a este pueblo castigado por la dictadura, ese escrache fue lo peor, lo último que podía pasarle. Toda la vida, lo único que pretendió Alfonsín en su carrera política fue ganarse el afecto de muchos, de la mayoría, de más del 50 por ciento de todos.
Hay políticos que solo quieren dinero. Otros que son conscientes que el dinero, la “caja política” es solo instrumento de poder. Otros son perversos, no saben bien para qué pero lo quieren.
Alfonsín, ese día que le hicieron el escrache y se escapaba de los brazos protectores de su custodía para pelear por su dignidad a las piñas, ese día, en algún instante, pudo haber pensado, “por qué no me morí en ese fatídico accidente, así todos aprendían a quererme, carajo, como yo quería que me quisieran”.
(*) Marcelo Cosin, publicitario, periodista, actualmente es Profesor Titular de Medios de Comunicación y Marketing Social de la Universidad Abierta Interamericana BsAs. Ex director creativo de JWT Argentina y otras agencias de publicidad internacionales. Consultor en Comunicación en la campaña presidencial del Dr. Raúl Alfonsín de 1983 y consultor del presidente Alfonsín (1984-1987).