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COLUMNA ESPECIAL

Inteligencia artificial y boludeo humano, por Fernando Vega Olmos

“Publicidad, mi querida y denostada publicidad, te has dejado romantizar por el cóctel algorítmico”, sostiene el publicista.

Inteligencia artificial y boludeo humano, por Fernando Vega Olmos
Fernando Vega Olmos: “Tu marca no está creciendo porque está haciendo lo mismo que tus competidores. Olvidarse de la creación de la historia que romantiza su experiencia de uso”.

Boludear es un argentinismo imposible de traducir a otros idiomas.

Es el arte del deambular, físico y también intelectual.

Deambular es caminar sin destino aparente, dejándose llevar por lo que el camino te va proponiendo, tomando atajos o transitando por lugares más escarpados y complicados, aventurándose en ellos, volviendo a la senda transitada cuando uno se cansa, izquierda, derecha, subo, bajo, no tengo ni idea hacia dónde…

Serendipia es otra manera de definirlo. Vale la pena que leas, si ya no lo has hecho, “Los Tres Príncipes de Serendip” el relato persa que inspira el concepto.

Boludear es entonces la manera más intuitiva de que tu mente pasee, poder desarrollar la flexibilidad necesaria para tu momento eureka, que te parta un rayo, que la corazonada camine con vos.

Es, al menos hasta ahora, lo opuesto a la AI.

Yes, AI and Human Boludeo.

Siete de cada diez dólares en publicidad a nivel mundial se invierten en mensajes racionales, de venta pura y dura que se necesitan hacer todos los días.

Nadie hará mejor que las inteligencias artificiales generativas esta tarea.

En poco tiempo más, un marketer tendrá en su ordenador un software que, definido bien el pedido, le dará opciones creativas, producirá las elegidas, sembrará dichas ejecuciones en los touchpoints correctos, monitoreará aquellas que más tracción tengan, comprará la paid media para darles un boost extra. Luego te dará las métricas de los resultados y te facilitará la iteración para seguir afinando tu necesidad comercial del día a día.

Ninguna agencia podrá competir contra ese software.

Esta es la gran necesidad hoy de cualquier oferta comercial. De cualquier producto o servicio que necesita incrementar sus ventas.

Dicho esto, yo me quiero enfocar ahora en los otros tres dólares.

Esos tres dólares se invierten hoy en lo que se denomina equivocadamente construcción de marca.

Una marca es la creación de una historia que romantiza la experiencia de usar un producto o servicio.

Sugiero que vean un documental que se llama “Very Ralph” que muestra la historia de Ralph Lifschitz.

Un chico judío de Queens que trabajó vendiendo guantes primero y corbatas después.

Esto sucedió en los ‘60 del siglo pasado.

Si consideran el ejemplo algo antiguo, pueden reemplazarlo con otras historias de chicos y chicas que, en este siglo, desde dorms de universidades, desarrollaron todas las marcas más emblemáticas que hoy se usan.

Chicos y chicas asistidos por los más eficientes y veloces algoritmos, pero guiados por su instinto y sus corazonadas.

Publicidad, mi querida y denostada publicidad, te has dejado romantizar por el cóctel algorítmico.

Es como el alcohol, consumido de manera correcta te achispa, su exceso te noquea.

Tu marca no está creciendo porque está haciendo lo mismo que tus competidores.

Olvidarse de la creación de la historia que romantiza su experiencia de uso.

Hasta que aparece alguien nuevo, que no tiene un dólar y nada que perder y su nuevo romance conecta con los humanos.

Reivindico y pido para nosotros, los creadores de historias románticas, esos tres dólares.

Un ruego final.

Que es ruego y deseo por partes iguales.

Les deseo que trabajen con Ralph Lifschitz y no con la Ralph Lauren Corporation.

Personas que sepan contar historias conectando con personas que valoran las corazonadas.

Esa es y seguirá siendo por un largo tiempo la fórmula de crecimiento exponencial de productos y servicios que se transforman en marcas queridas.

Queridas por lo amadas y por lo deseadas.

Y claro que sí, con la ayuda invalorable de todas las inteligencias artificiales generativas que puedan ir naciendo.

Viva el boludeo humano.

Redacción Adlatina

por Redacción Adlatina

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