Para 2044, Estados Unidos se convertirá en una nación de mayoría minoritaria, con poblaciones hispanas, negras, asiáticas y multirraciales que superarán el 50%.
La conversación sobre diversidad, equidad e inclusión es más que un debate sobre estrategia corporativa o política pública: es una meditación sobre la promesa estadounidense, el peso moral de la igualdad y las contradicciones desordenadas y hermosas del progreso humano. Por cada paso hacia adelante, hay un fuerte retroceso.
Las iniciativas de DEI han cobrado impulso, pero para muchos las puertas de las oportunidades siguen estando cerradas. Por eso, debemos dejar en claro que la equidad es el destino, pero la igualdad es el camino. Para llegar a una, primero hay que eliminar los obstáculos de la otra: disparidades que persisten como raíces persistentes bajo el cemento.
¿Podemos repensar la equidad desde la igualdad? ¿Podemos retomar el rumbo?
No se trata de una batalla nueva. En los años 70 y 80, la publicidad multicultural irrumpió en la escena, ofreciendo un espejo a los marginados. Por primera vez, las personas de color, las comunidades LGBTQ+ y otros grupos históricamente excluidos se vieron reflejados en revistas de moda y anuncios televisivos de 30 segundos. Pero ese reflejo venía con un asterisco: era algo separado, distinto, algo “diferente” pero que recordaba al Sur de Jim Crow: separados pero iguales.
Estas son las preguntas esenciales que enfrentamos hoy: ¿Cuándo la publicidad multicultural deja de ser un nicho y se convierte simplemente en publicidad? ¿Cuándo el término “multi” se disuelve en la corriente principal? ¿Cuándo la cultura ya no estará compartimentada y se reconocerá como el lenguaje universal que impulsa el comercio global?
En 2044, Estados Unidos se convertirá en una nación con mayoría minoritaria, con poblaciones hispanas, negras, asiáticas y multirraciales que superarán el 50%. Los estadounidenses negros ya tienen un poder adquisitivo de más de 1.600 millones de dólares, mientras que los consumidores latinos tienen un poder adquisitivo de 2.800 millones de dólares a nivel mundial, cifras que superan el PBI de naciones enteras. Sin embargo, solo el 6% de la inversión publicitaria en Estados Unidos se destina a audiencias multiculturales. Estas cifras no reflejan nichos de mercado, sino la corriente dominante.
Mientras tanto, la Generación Z, la más diversa de la historia, ha crecido en un mundo donde la cultura no está segmentada, sino compartida. No ven el hip-hop como “música negra” ni la moda urbana como un nicho, sino como la cultura. Las marcas que no logran evolucionar y continúan tratando los mercados multiculturales como algo secundario corren el riesgo de volverse irrelevantes porque, en la nueva economía, la cultura no es una subcategoría, sino la moneda de conexión.
Tal vez las etiquetas en sí mismas sean el problema. Las etiquetas son el residuo de una jerarquía, los marcadores de un sistema que insiste en clasificar a la humanidad en columnas de privilegios y desventajas. Algunas marcas y creadores están optando por eludir estas trampas. En lugar de crear anuncios que clasifiquen la cultura en categorías claras, están creando plataformas donde la identidad, el propósito y la creatividad se cruzan de maneras que desafían la clasificación fácil.
Como dijo alguna vez Marshall McLuhan: “El medio es el mensaje”. Para estos innovadores, el mensaje no es sólo lo que dicen, sino quiénes son. La obra en sí misma se convierte en la prueba.
Y, sin embargo, el mundo que estamos construyendo para la próxima generación no es tan ciego al color como nos gusta imaginar. El espectro de prejuicios ha cambiado: ya no se limita a los binarios de blanco y negro, sino que se irradia a través de líneas culturales, religiosas, de género e ideologías. El odio evoluciona, pero también debe hacerlo nuestra capacidad para enfrentarlo. Este nuevo panorama exige no solo nuevas soluciones, sino un sentido de comprensión más profundo y profundo.
Para la industria publicitaria, esto significa repensar el trabajo desde cero, no como un ejercicio de cumplir con requisitos, sino como un realineamiento fundamental con los valores. Las agencias, las marcas y las plataformas deben ir más allá de los gestos simbólicos de inclusión. La igualdad no es una palabra de moda, es una estrategia. No es solo una respuesta a las injusticias del pasado, sino una base para el crecimiento futuro. Si realmente creemos que todas las personas son creadas iguales, entonces lo que sigue debería parecer inevitable, no revolucionario.
La DEI, entonces, no es una métrica ni una tendencia. Es el motor de la innovación, la piedra angular del progreso, la revolución silenciosa que convierte los ideales en realidad. Para construir un mundo donde la equidad no sea una aspiración sino una verdad, debemos empezar por las raíces: en nuestros hogares, escuelas y lugares de trabajo. Porque los cimientos importan. Y lo que construyamos sobre ellos se mantendrá en pie o se derrumbará bajo el peso de nuestra indiferencia.