En una de las tiras de Mafalda se ve claramente al papá levantándose por la noche a poner los regalos navideños en el arbolito. “Uno se siente como un terrorista de la felicidad”, reflexiona el padre. La tira fue concebida en un momento en que la guerrilla –y la represión ilegal por parte del estado- era un serio problema en la Argentina, país de origen de la historieta y de su autor, Quino. Y muchos de quienes la leímos apenas publicada o pocos años después, cuando el problema había incluso recrudecido, no supimos decodificarla. No le encontramos “el chiste”. Éramos niños y recién aprendíamos a leer. Mucho menos podíamos comprender el paralelismo con una situación social que ni siquiera los adultos entendían.
A quien escribe estas líneas esa tira le quedó grabada por otro dato que tampoco supo decodificar. En el momento en que la leyó por primera vez, tenía seis años y todavía creía en Papá Noel (Santa Claus) y en los Reyes Magos. Y siguió creyendo a pesar de que allí estaba la demostración palmaria de que ellos no existían sino que había alguien que cumplía su rol.
Admito que no he sido lo que se dice una niña precoz. Pero creo que más allá de la inteligencia que me faltó para leer la evidencia, lo que me mantuvo los ojos vendados fue una especie de tenacidad. Si quieren que diga la palabra, creo que era una especie de amor. Piensen en los niños que ustedes fueron: ¿qué habrían respondido si alguien les hubiera preguntado si a Papá Noel lo querían? Al igual que la esposa engañada que ve llegar al marido a las cuatro de la madrugada con el pelo húmedo, la ropa hecha una pena y perfumes sospechosos, y le cree que realmente se le hizo tarde en el trabajo, yo también quería creer que aquellos a quienes yo quería eran quienes decían ser.
Luego supe la triste verdad, y como muchos chicos en ese trance, lloré. Luego me hice mayor y también creí en horarios laborales tan disparatados como falsos, y también me desengañé y también lloré. Pero, bueno, el desengaño primigenio había sido peor, y ya lo había superado. Fue por entonces cuando recordé aquella tira de Mafalda y me pregunté cómo había podido ser tan cándida como para ignorar la terrible verdad contenida en el cuadrito en que el papá de Mafalda va caminando en puntas de pie en la oscuridad, yendo a poner los regalos en el arbolito.
Me recuperé; pero ahora la gente de Remo viene con otra verdad incluso más perturbadora. Creo que voy a tener que volver a hacer terapia. Los Reyes y Papá Noel no son el padre de Mafalda, y todo es un caos.