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EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI

Sustituciones: Cómo cumplir sus promesas íntimas sin cansarse en el intento

Un portugués con un trabajo muy singular suscita una reflexión sobre las tareas que las personas delegan en alguien más.

Sustituciones: Cómo cumplir sus promesas íntimas sin cansarse en el intento
Borrini: “Si bien el de Gil es el caso más extraño, hay otras sustituciones que ofrece el mercado, menos culposas”.

El oficio que practica y negocia con sus clientes Carlos Gil, un portugués nativo de Angola afincado desde niño en Lisboa, es uno de los más extraños del mundo. Bueno, tan poco común como el que lo solicita en las actuales circunstancias religiosas, sociales y comerciales, si se exceptúa el marketing del que nadie parece poder escapar, no importa lo que venda o cobre. Ni siquiera Carlos Gil.
Nuestro héroe es peregrino por encargo de personas que, en algún trance crucial de sus vidas, hicieron promesas tan difíciles de cumplir, pasado el susto y rozagantes de nuevo, como la de caminar desde la capital hasta el santuario de Fátima. Son 128 kilómetros, que se hacen más largos aún si se respetan las reglas y se cumplen con bastón por caminos secundarios. Sería fácil rezar un padrenuestro y olvidar el compromiso, pero algún cosquilleo de la conciencia impulsa a los pecadores con recursos a contratar a alguien que camine por ellos. Y para eso está Carlos Gil.
Se entendería más la suplantación si la hubiesen pedido personas que fallecieron y cuyos familiares y amigos, sabedores de su voluntad, se sienten deudores en su nombre. Pero no es así la mayoría de los casos. Son, por decirlo de algún modo, arrepentidos de sus promesas.
Carlos Gil cobra por sus servicios un precio más que razonable, 3.500 euros, y como si fuese realmente el titular de la promesa ofrece hacer el trayecto andando no por las grandes rutas sino por las menos transitadas, como un verdadero peregrino, con unción, rezando y parando en casas de familia que, y aquí surge otra curiosidad, fieles a una cultura secular lo reciben como peregrino verdadero a veces sin cobrarle un centavo. “Sí, salgo con 200 euros y vuelvo con 180”, calcula.
La historia personal de Carlos Gil muestra otros ribetes originales. Fue dueño de una exitosa empresa inmobiliaria con 20 personas de dotación, pero llegó la crisis del sector que afectó no sólo a España sino a toda la península y quebró, dejándolo en la calle y sin plata. Buscó una profesión individual e independiente y se decidió por la que lo echaría a los caminos.
Tiene su propio marketing. Inserta pequeños anuncios en la sección de clasificados para promover sus servicios, y asegura que actúa de corazón y ciudadano ejemplar, en blanco: “Pago todos los impuestos y no debo un centavo a Hacienda”. Y acepta la competencia, porque no es el único extraño; sólo se queja de que algunos de sus rivales comerciales hacen dumping y cobran menos porque no ofrecen lo mismo. Olvidaba decir que, cuando regresa, Gil entrega a cada cliente un pequeño diario manuscrito en el que va registrando las alternativas de la peregrinación. De perillas para que los que pagaron el reemplazo puedan alardear, dando detalles, de haberlo hecho ellos mismos. Hay un solo contratiempo: la Iglesia no avala la sustitución, y ante Dios, sólo puede peregrinar el pecador.
El caso del peregrino sustituto me llevó a reflexionar sobre la sustitución de roles en general, porque si bien el de Gil es el caso más extraño, hay otras sustituciones que ofrece el mercado, menos culposas, como los que brindan serenatas para románticos cómodos o tímidos. Por lo general su repertorio es pródigo en boleros y romanzas muy populares.
Acabo de cruzarme con el que es quizá la más popular de las sustituciones urbanas al menos entre nosotros. Un paseador de perros que arrastraba a casi 20 mascotas medianas. Nunca terminaré de entender qué razonamiento, si lo hay, lleva a personas que, enternecidas, dicen que su perro es parte de la familia, y luego lo confían a terceros que los conducen a los gritos y tironeándolos cuando se detienen inoportunamente para hacer sus necesidades. Cabe aquí rescatar un críptico aforismo de mi admirado Enrique Jardiel Poncela: “El hombre es el animal que más se parece al hombre”.

Alberto Borrini

por Alberto Borrini

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