Por Matías Asencio
Director y partner de Fogdog Estrategia

Si estás leyendo esto es altamente probable que seas parte de esta industria. Y, de ser así, puede que también coincidas en que fueron muchas —tal vez demasiadas— la cantidad de horas, días y semanas que hemos dedicado a plasmar la misión y/o visión de una marca en un archi mega super PowerPoint.

Hoy, cuando el mundo se parece demasiado a un capítulo de Years and Years (miniserie muy recomendable, por cierto) y la cuarentena ya lleva más de cuarenta días, podemos ver en una primera Polaroid cómo las marcas se pusieron al hombro las frases rectoras de aquellas slides y, sobre sus espaldas, una pesada capa de superhéroe.

Hacer y ser parte del cambio que este momento y el planeta demandan es algo muy noble que nadie con más de dos dedos de frente se atrevería a cuestionar. Pero también es verdad que muchas veces, aunque las intenciones sean buenas, nos cruzamos con algunos resultados que no lo son tanto.

Como profesionales que somos, tenemos la responsabilidad de levantar la mano si sospechamos que estamos frente a uno de esos posibles errores involuntarios.

Alguien muy tímido, que de repente decide subirse a un escenario a hacer stand up, nos va a generar cierto ruido. Y lo mismo pasaría si por ejemplo una marca de bujías saliera hoy a decirnos que son tiempos para quedarnos adentro y que juntos vamos a salir adelante.

Los riesgos aumentan exponencialmente cuando lo que se hace en estas épocas de barbijos no tiene una conexión genuina con lo que la marca fue y con lo que seguirá siendo una vez que todo esto pase y volvamos a usar joggings sólo los fines de semana.

Las sobreactuaciones se notan y para héroes ya está todo el personal de la salud, entre muchos otros.

Por eso, y ante la ansiedad que genera estar “quedándose afuera de la conversación”, quizás sea una buena idea tomarnos cinco minutos y también un té. Y mientras esperamos que el saquito destile, nos ponemos de acuerdo con el equipo de la marca en recorrer juntos el camino que nos llevará a convertirnos en un consistente Clark Kent antes que en un esporádico Superman.