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EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI

¿Hay algún seguro contra las palomas?

El columnista de adlatina.com reflexiona sobre el cambio de imagen que han sufrido estas aves típicamente citadinas: de símbolo de la paz a ratas voladoras que contaminan las veredas municipales.

¿Hay algún seguro contra las palomas?
“El recuerdo de mis queridas palomas de la infancia me inhibe cada vez que me dan ganas de correrlas a escobazo o manguerazo limpio”, dice Borrini.

Acabo de leer un anuncio de una inmobiliaria que dice más o menos así: “No hay seguro de auto contra las palomas. Compre una cochera”. Lo recorté porque me pareció una prueba más del cambio de imagen de las palomas, de aquella prístina, vaticana, sostenida por las blancas que arroja el Papa desde Roma, a las comunes que en Buenos Aires bombardean a los autos, se suben a las mesas externas de los cafés sin esperar que se levanten los clientes, y contaminan las veredas municipales. 

Juro que, en mi juventud, las quise mucho y hasta llegué a criarlas. En las casas de los suburbios, como la de mis padres, siempre había un patio trasero que cada familia aprovechaba como podía. La mía estaba ocupada por una huerta que surtía de verduras a la familia; también había un gallinero, una jaula con conejos y otra amplia y bien ventilada, con palomas de distintas razas y colores que criábamos mi hermano y yo. ¡Lo que teníamos que trabajar los chicos de mi generación para no aburrirnos, antes de que la televisión nos hiciera las cosas más fáciles, pero a costa de depender del supermercado hasta para comprar unas pocas ramitas de perejil!

Mi devoción por las palomas fue hace mucho tiempo, cuando no se habían adaptado aún a vivir en la ciudad, entre autos y bicis, ni se conocía, al menos en los barrios, la variedad torcaza que es la más dañina. Es difícil quererlas, pese a las admirables artistas que las adoptaron como nombre de pila: Paloma San Basilio, Paloma Picasso y sobre todo Paloma Efron, alias Blackie. Pido perdón también a Iradier, recordado autor de La paloma cuya letra dice: “Si a tu ventana llega una paloma, trátala con cariño que es mi persona…”. La última grabación que escuché es la de los Tres Tenores.

Pero ya no hay palomas capaces de transmutarse en el alma de alguna persona amada; ahora son contaminantes, y en las inmediaciones de la iglesia la Redonda, de Belgrano, me dijeron que tuvieron que soltar un depredador para evitar que se fundan los artesanos congregados allí para vender sus labores, sometidos a un bombardeo aéreo digno de la Segunda Guerra Mundial.

El recuerdo de mis queridas palomas de la infancia, y el que emana de tantas personas y canciones entrañables, me inhibe cada vez que me dan ganas de correrlas a escobazo o manguerazo limpio, como han aprendido a defenderse los porteros de mi barrio. Sólo me queda el consuelo de intentar defenderme con una pizca de humor y un par de ideas nuevas, con la esperanza de no ofender a la sociedad protectora de animales y, especialmente, a la que cuida a las palomas.

Una tiene que ver con las estadísticas. Así como sabemos qué cantidad de ratas en promedio nos corresponde a cada habitante de la ciudad, en algún lado debe constar el número de palomas que nos toca. Sugiero que los que siguen defendiéndolas, como la señora de enfrente que reta a gritos a nuestro portero cada vez que las manguerea, adopten varias de las que les asignan los cálculos, y las saquen a pasear como si fuesen mascotas pero cuidando de que no se suban a las mesas.

 

Otra sugerencia, menos piadosa pero más práctica y nutritiva: que en los grandes programas de cocina que pasan por la TV expliquen cómo se pueden preparar en escabeche para que resulten sabrosas, aunque yo, aclaro, no las comería de ninguna manera. Y menos si son blancas, como las que suelta el Papa en alusión a la paz mundial.

Alberto Borrini

Por Alberto Borrini

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