Hemos sido educados (¿condicionados?) para controlar el riesgo y evitar los errores, lo cual nos habla de un sistema orientado a la eficacia y construcción de crecimiento. Parece razonable esta actitud, porque hay errores que cuestan caros.
Aun así, los paradigmas cambian. Pensando en la evolución del modelo de liderazgo, del autocrático al colaborativo, vemos que, entre otras premisas, se propone el control del riesgo y del error, sin intentar exterminarlos del todo de la ecuación porque sería como tapar el sol con un dedo.
La definición de lo que es un error está totalmente en función de las métricas que usemos para medir los resultados. Mientras la operación siga siendo ejecutada por seres humanos, es imposible descartar totalmente la posibilidad de error (sería enfermizo o ilusorio) y un control sistemático y estratégico del mismo es la clave más sensata.
¿Qué pasa cuando de todas formas fallamos? Se toman medidas para corregir el rumbo, a veces puede rodar una que otra cabeza, y más allá de esto, parece que el asunto ahí se queda. En los procesos de invención y descubrimiento, son los errores los que han llevado a los mejores aciertos. Pero cuando el dinero y la responsabilidad están en juego, esta premisa suele ser poco menos que soñadora.
Lo que estamos escuchando de trendsetters en innovación y estrategia es que hay que crear un método que genere aprendizajes sólidos de los errores. Todos hemos escuchado “aprende de tus errores”, pero este aprendizaje no sucede de manera espontánea. Requiere evaluar la naturaleza del error, sus posibles causas y las condiciones que lo favorecieron. No todos los errores son iguales, algunos son realmente estúpidos y otros revelan aspectos interesantes de la dinámica de nuestra vida; unos pueden estar en la raíz misma de la iniciativa o en la evaluación sesgada del contexto.
El fracaso en el lanzamiento de un producto, por ejemplo, puede ofrecer insights valiosos sobre la realidad y los cambios que se están sucediendo y que probablemente no pudimos ver del todo. Es más fácil y agradable celebrar los éxitos, pero también podemos crear un procedimiento para cometer “mejores errores”.
El riesgo es otra variable relativamente evitada, dependiendo de la cultura y valores que estemos viviendo. Cuando la cultura se vuelve demasiado risk- averse, esto paraliza a la creatividad. Los líderes exitosos invitan a su gente a salir de la zona de comodidad. Es imposible no ver que el cambio es la única constante que nos acompaña, por tanto, el riesgo es inherente a cualquier propuesta creativa que pretenda cambiar el statu quo y crear nuevas fuentes de crecimiento. Quien no arriesga, no gana: otra famosa frase motivacional.
Un ejemplo está en la visión de The Coca Cola Company sobre innovación y riesgo en la que se está manejando una “regla” que dice: 70 por ciento de los recursos para proyectos de riesgo controlado y baja probabilidad de error, 20 por ciento a proyectos con margen más amplio de tolerancia y un 10 por ciento a proyectos experimentales y rupturistas. Suena lógico. Asignar a cada escenario una inversión para usar al riesgo a favor del crecimiento y el florecimiento del negocio.
De los errores se aprende...
Referencias
-WARC. Jonathan Mildenhall. Noviembre 2011: Innovation and the 70/20/10 rule: The Coca-Cola Company's Approach.