Felicidad: “Disfrute subjetivo de la vida como un todo; es decir, hasta qué punto nos gusta la vida que tenemos”.
Encontrar un rumbo, darle más sentido a la vida o aprender a superar obstáculos son vías para encontrar la felicidad que, a juzgar por la gran cantidad de opciones -libros, terapias, remedios, videos…-, las grandes ediciones y el abaratamiento de los precios, también son muy populares.
O la gente está más conciente de sus carencias, dispuesta a aprender y superarlas, o se siente menos feliz, estable o satisfecha con su vida. Las dos son una.
Revisar textos de auto-ayuda que han tenido gran éxito es entender desde otro ángulo qué necesitan las personas, qué buscan, qué les hace falta. Para solucionar estas carencias se ofrecen alternativas que no descubren el agua tibia; más bien, recrean metáforas alrededor de preceptos de vida que son verdad hoy así como lo fueron hace cien años: luchar por lo que quieres, ser perseverante, optimista. La diferencia es el envoltorio, más práctico, más vendedor. El hecho de que las premisas básicas sean verdades eternas no le quitan valor. Todo lo contrario: es una “vuelta a lo básico”, a lo esencial.
La felicidad, como experiencia humana, también se aborda desde lo social, lo económico. Aun cuando es una vivencia subjetiva, es posible llegar a ciertas mediciones, ciertas relaciones entre variables socio-económicas y niveles de felicidad declarados.
Lejos -¿o cerca?- de lo que la lógica podría indicar, mejores indicadores macroeconómicos no implican necesariamente mayores niveles de felicidad percibida. Mientras el consumismo aumenta, los índices de felicidad no lo hacen en la misma medida, y a veces, hasta se comportan de forma inversa. Esto no quiere decir que la gente pobre sea más feliz, pero sí que hay un equilibrio de factores que explican la vivencia de la felicidad.
Varias fuentes muestran algo parecido. La Universidad Erasmus de Rotterdam ha desarrollado un barómetro de la felicidad en varios países -WDH, 2004-1: Colombia aparecía como el país más feliz, junto con Suiza y Holanda. Todo un trío. En otra fuente, una firma de Nueva York afirma que los países más felices son Australia, Estados Unidos, Egipto, India, Reino Unido y Canadá. R. Layard, en su libro dedicado al tema, compara niveles de felicidad con renta per cápita; si bien se observa una relación positiva entre los países más ricos y los mayores índices de felicidad, hay casos como el de Indonesia, El Salvador, México, Colombia o Republica Checa que están en los niveles medios-bajos de renta y, sin embargo, son tan felices como Gran Bretaña, Austria o Francia.
Estos datos confirman lo que ya sentimos: que la felicidad es subjetiva, variable, cambiante, multi-factorial, contradictoria. Víctor Frankl decía que todo puede cambiar a nuestro alrededor: las circunstancias, las personas, los hechos, pero que lo único que estaba totalmente en nuestras manos es la actitud que decidamos tener ante esta realidad. Y, definitivamente, esta actitud tiene que ver con quiénes somos como personas desde lo social/cultural, psicológico y hasta biológico.
Reflexionar sobre estos temas, más humanos si se quiere, desde nuestra vocación de publicistas nos puede llevar al interrogante, quizás muy poco modesto: ¿Podemos hacer algo para que la gente sea un poquito más feliz?
Esto no significa hacer publicidad pro-bono –solamente- sino crear publicidad que divierta, distraiga, relaje, agrade, alegre… Una publicidad más humana que, seguro, tendrá detrás publicitarios más felices.
“El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que se necesita un auténtico especialista para verificar la diferencia”.