Lola
Sin ilusión no hay nada.
Ilusión fue lo que paró a Bugsy Siegel en el medio del desierto de Nervada y le permitió soñar Las Vegas.
Ilusión tuvo Colón para partir en tres trastos repletos de egresados de las cárceles y descubrirnos un nuevo mundo.
No es que sin ilusión no se pueda vivir. Es que no merece la pena vivir sin ella.
Ilusión es lo que un producto necesita para convertirse en una marca famosa.
En este mundo comercial de espantosa paridad, los consumnidores sólo logran diferenciar aquellas marcas que les ilusionan.
Las marcas ilusionan a partir de los mensajes que construyen. Esperanzadores estallidos que te tocan, que te envuelven, que te llenan de deseos, que te mueven… que te ilusionan.
Esos mensajes sólo nacen de personas que trabajan con ilusión.
Ella se sienta a sus mesas cada mañana y sostiene sus manos para evitar la tentación de la cosa fácil, la previsibilidad del camino transitado, “el horror de vivir en lo sucesivo” como decía Borges.
Ilusión es, pues, lo que nos trae.
Queremos hacer ilusión. Que los sensibles y talentosos se acerquen y nos ayuden a convocarla.
Queremos crear ilusión. Aquellos anuncios que le gustan a la gente.
Que pasan de boca en boca. Que se funden en el imaginario popular.
Queremos fabricar ilusión. Sería maravilloso convertirnos en fabricantes de ilusiones. Rozar, aunque sea un instante, a Walt Disney y ayudar a crear marcas tan queridas y permanentes como Mickey.
Queremos vender ilusión. Generar experiencias de vida tan fuertes alrededor de una marca, sensaciones de bienestar casi físicas que hagan que las personas elijan comprar lo que esa marca les genera.
Hace ilusión, ¿verdad?
Lowe Latina (Lola para los amigos) vive en Marqués de Cubas N° 4.