Hace algunos meses conocí brevemente a Idris Motee, de Idea Couture, en un encuentro de
La línea de aplicación de la innovación conocida como design thinking que trasciende el diseño entendido como la planeación y creación de un “algo” nuevo (desde un edificio hasta un teléfono), se enfoca más en una postura una desde la cual abordar la realidad: la estética logra que los objetos creados sean aun más anhelados porque se suscita esa fuerte relación entre deseo y necesidad. O ese “no tengo idea de si lo necesito, pero lo quiero”.
Producir este anhelo es una gran fortaleza competitiva. Y de esta ventaja es que crece la importancia del diseño como herramienta de negocio en las últimas cinco décadas. Un ejemplo concreto de esta filosofía hecha empresa la vemos en Ideo. Esta iniciativa, como saben, nace desde el diseño para generar innovación, y todo lo que crean y activan tiene esta búsqueda estética que no cae en la trampa del “beneficio puramente funcional”.
El diseño es transformación. Se trata de hacer que el deseo y la tecnología sean la mejor pareja posible. Un producto puede evolucionar sustancialmente su nivel competitivo cuando la innovación se aplica “solo” a su diseño, aunque no a su funcionamiento esencial. Así de importante es esta perspectiva.
Somos seres inteligentes, creativos y amantes de la belleza y las respuestas seguirán naciendo de estas cualidades intrínsecamente humanas.
Tanto discutir sobre si un producto es emocional, racional o hasta “emoracional” y la verdad (o la neta, como decimos aquí) es que somos irracionales y viscerales: cuando algo (o alguien) nos gusta, nos gusta y ya está, sin mayores explicaciones y he aquí el maravilloso insight de que lo bello y bueno, doblemente bueno. El deseo nos mueve más que ninguna otra fuerza.