Publicidad Argentina

REFLEXIONES LIGERAS

Reivindicación de la grasa

La ciencia, inesperadamente, ha encontrado una función altruista a la temida, odiada y combatida grasa corporal. Y el mundo amenaza cambiar, de la noche a la mañana, ideas, hábitos y costumbres.

Reivindicación de la grasa
Por Edgardo Ritacco (*)
Uno de los mitos más arraigados de la humanidad, vigente desde hace por lo menos un siglo, está a punto de caer. Uno de los valores indiscutidos de la sociedad mundial, palabra santa para hombres y mujeres sin distinción de edad o raza, empieza a temblar en sus cimientos. La grasa, ese enemigo implacable de la salud y de la estética, ha sido inesperadamente reivindicada. Científicos de la Universidad Católica de Los Angeles han arribado a la conclusión de que el tejido graso del cuerpo puede ser “cosechado” y convertido en un auxiliar valioso para recuperar muchas partes dañadas del organismo humano y hasta curar enfermedades importantes. Los investigadores arrancaron de una premisa: como células que son, las que forman la grasa se dividen y se multiplican. Y una técnica especial de aprovechamiento de sus condiciones permitirá, en poco tiempo más, arreglar una cadera rota sin necesidad de reemplazarla por otra construida con materiales extraños al cuerpo. Y la cadera es un simple ejemplo de una larga lista. Ya está. En estos tiempos de increíble destrucción de Verdades Inmutables, faltaba esta reivindicación de la odiada, ominosa y temida grasa corporal como para cantar “cartón lleno”. Repasemos. El Muro de Berlín era eterno e infranqueable. Ted Turner jamás perdería el control de su soñada y amada CNN. Un presidente de Corea del Norte no recibiría por nada del mundo a su colega del Sur hasta el fin de los tiempos. Cavallo no sería nunca ministro de economía de un gobierno radical o, menos aún, de la Alianza. Nunca se demoraría un mes y medio la consagración de un nuevo presidente de Estados Unidos, y menos por fallas típicas de países tecnológicamente subdesarrollados. El aceite de oliva y el vino tinto eran enemigos declarados de la salud per secula seculorum. La economía japonesa no conocería jamás la recesión, y ni hablar de que esa debacle duraría una década entera. El tango continuaría siendo una palabra extraña y desconocida para la juventud argentina. Gran Bretaña seguiría sospechando siempre de que los países de ultramar le venderían carne infectada con aftosa, enfermedad desconocida en sus tierras por ley divina. YPF no dejaría de pertenecer al Estado aunque se produjera una invasión relámpago de seres extraterrestres. Ningún equipo turco de fútbol ganaría jamás la Copa de Europa. Todo eso ocurrió, y las gentes de los cinco continentes aceptaron los cambios como parte de aquella sencilla idea de que “los tiempos cambian”. Pero que la grasa pase a ser considerada un Bien Precioso para la Raza Humana, bueno, es demasiado. Veamos algunas consecuencias que podrían producirse de aquí en más. Una liposucción, vista hasta hoy como un acto de vanidad o frivolidad –salvo casos muy especiales–, pasará a ser un acto de amor al prójimo. “Hoy donaré mi grasa”, será una frase que perderá toda resonancia kitsch, y su autor o autora será considerado con el respeto que se reserva a los virtuosos y filántropos. La industria de la dietética, que sólo en Estados Unidos mueve 50 mil millones de dólares (una delgadez económica, ¿vio?), será contemplada de ahora en adelante con cierto recelo, casi como se miran hoy a las tabacaleras o a los fabricantes de armamentos. Uno mirará a su vecino de mesa echar una inocente pastilla de aspartamo en su café y pensará para sus adentros: qué poca solidaridad que sigue habiendo en la Tierra. Los gordos-muy-gordos dejarán de ser vistos como enfermos de obesidad y víctimas de la discriminación social, para pasar al status de Potencial Curador de Sujetos en Estado de Sufrimiento. No faltará el chusco que murmure en la calle, al paso de uno de los obesos: “¿Qué espera este tipo para donar su abdomen y salvar media docena de vidas?”. Al parecer, no toda la grasa servirá para todos los enfermos. Dicen los científicos de Los Angeles que debe existir una concordancia genética entre donante y receptor. Y bien: uno imagina entonces que en el futuro cada persona algo entrada en carnes llevará en su documento de identidad una marca que identifique su grupo de tejido graso, como ocurre hoy con el grupo sanguíneo, y algunos hasta adosarán ese dato a una cadenita para donar sus excesos en el caso de algún accidente fatal. Las editoriales tendrán que cambiar drásticamente sus criterios de selección de títulos. Sólo en el sitio Amazon.com hoy se venden más de 15 mil libros dedicados a las dietas, sus misterios y vericuetos. Todo esto sin contar los casi 26 mil ejemplares que contienen recetas de cocina, en su mayoría ideales para ahorrar grasas, colesterol y otras –hasta ahora– calamidades. Las actrices y modelos publicitarias tal vez sigan siendo delgadas como hoy, pero aumentarán las críticas sociales hacia la extrema delgadez de muchas de ellas. “Son egoístas, no se preocupan por la suerte del ser humano en su conjunto”, filosofarán serios individuos en los talk-shows. Ya no harán falta entidades como Gordos anónimos, Fat and Fatties, ni cosa parecida. Cerrarán millares de gimnasios, spas y clubes exclusivos de salud. Arreciarán, eso sí, ataques cardíacos, inesperados picos de presión, inoportunas fatigas y otros contratiempos contemporáneos. Pero el Hombre seguirá derribando mitos y barreras. Que era lo importante. ¿O no? (*) Director periodístico de la revista EL PUBLICITARIO.
Redacción Adlatina

por Redacción Adlatina

Compartir