En la prehistoria, a mediados del siglo pasado, eran cajas gigantes de madera, con perillas que hacían ruido y, a menudo, rayas que interferían en la captación de la imagen en blanco y negro. Luego aparecieron el control remoto, las transmisiones en color y, así, la televisión fue modernizándose y metiéndose en los hogares de millones de personas de todo el mundo.
Varias décadas más tarde, llegaron los televisores de pantalla plana y pareció que ese era el último gran avance de la tecnología. Sin embargo, ahora Japón desarrolló la pantalla de televisión más plana del mundo: un televisor cuyas imágenes parecen hologramas.
Por si esto en sí mismo no resultara suficiente para hacer al producto "aspiracional", la compra de este nuevo televisor puede ser una pequeña odisea. Será necesario que los interesados acudan a la tienda Harrod's en Londres, para adquirirlo por 15.000 libras esterlinas -21.000 euros aproximadamente.
La nueva creación se llama CLARO Holoscreen y hace que los espectadores tengan la sensación de que la imagen se encuentra suspendida en el aire, similar a un holograma.
Según la página web del producto, la pantalla de TV holográfica tiene diversas aplicaciones en comercios, aeropuertos, museos o cualquier lugar público donde se desee exponer un video, un programa de televisión o computadora, o bien imágenes fotográficas.
La profecía
La imagen aparece en la pantalla gracias a la luz que se desprende de su proyector. Cuando llega a la tela transparente, la luz representa la imagen produciendo el efecto de un auténtico holograma, aunque realmente no lo sea.
De este modo, la novela La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, se convierte en una especie de profecía. Una invención tecnológica mucho más "primitiva" -el cine- había llevado al escritor argentino a imaginar un mundo que hoy llamaríamos "virtual", en el cual muchos de los "personajes" eran en realidad hologramas cuyas imágenes habían sido captadas técnicamente antes de que murieran. Ahora sólo resta esperar que algún escritor de la talla de Bioy nos revele, en esta generación, el potencial de ficción que entraña el invento hecho realidad: una imagen suspendida en el aire, aparentemente sin soportes.