La legislatura de la región de Toscana, en Italia, acaba de sancionar una ley por la cual los perros pueden entrar a restaurantes, cines, teatros, balnearios de lujo e incluso museos. La medida podría provocar algunas tensiones hogareñas. Para empezar, nadie, que se sepa, consultó a los animales; además ¿quién conoce sus gustos culturales? Si ya es difícil que las parejas se pongan de acuerdo, imagínense lo que sería tratar de llevar al pichicho a ver Cats.
La ley, que se aplicará en un par de meses, repercutirá en la publicidad que tiene por protagonistas a las mascotas, no sólo porque los perros son muy solicitados por agencias y anunciantes, sino porque otros animales domésticos pueden pedir igual trato. No digo los gatos, hogareños e indiferentes, pero sí los caballos, las vacas y hasta las gallinas.
No sé cuánto podría haber cambiado esta ley la vida de los perros más famosos de Hollywood, Lassie y Rin Tin Tin; si ya eran insoportables como fuertes atracciones de la boletería, imagínenlos yendo al teatro a ver El deseo bajo los olmos, o dándose dique con un abono al Metropolitan.
Pero limitémonos a la celebridades publicitarias. ¿Cuáles son los perros que más recordamos? Apelo solamente a mi memoria: en primer lugar, en el mundo de habla hispana, Pippin, el entrañable perrito de Televisión Española; el de RCA Víctor, que en los anuncios escuchaba embobado His Master’s Voice; los improbables perritos de Vienísima de Tres Cruces y, para algunos nostálgicos de Recrear, el temible bulldog de López Murphy.
Los perros, como otros animales, son huéspedes habituales de la publicidad y no solamente de la que promueve alimentos para la especie. Desde que pasan por ser “los mejores amigos del hombre” -título al cual podrían apelar también los caballos- se los convirtió en habituales acreedores de cariño.
Detengámonos ahora en Pippin, y cómo podría haber afectado a la campaña de
El bulldog de Recrear, con más posibilidades culturales (¿y por qué no también políticas?) estaría tentado de cambiar de partido, hacerse progresista y perseguir a mordiscos a su creador.
En fin, que después de la ley en cuestión ya nadie confiaría en sus mascotas preferidas, las cuales hasta podrían iniciar una Rebelión en el Zoo, parafraseando a la célebre novela de Orwell.
Y esto sí que sería terrible. Quizá lo mejor, para nuestro país, es dejar que los italianos se las arreglen como puedan con sus perros en lugares públicos donde muchos de nosotros, sobre todo los vecinos de Belgrano, solemos refugiarnos para huir de la calle donde con total anuencia de sus dueños, animales sin la correa reglamentaria atropellan a los peatones, y hacen sus necesidades en las veredas justo a la entrada de puertas y cocheras. Me ha tocado ver verdaderas batallas campales entre porteros indignados e indiferentes paseadores de perros. Personalmente, prefiero animales menos cultos, pero obedientes de las ordenanzas municipales.
En Florencia ya han comenzado las objeciones. La directora del polo de museos de la ciudad no quiere ver perros ni siquiera extasiados frente a un óleo del Renacimiento; los que sufren alergias alegan que van a enfermarse si encuentran un perro en la silla de al lado en el restaurante o en el teatro. ¿Y cómo se las arreglarán? Porque si los perros pagan la entrada son dueños de sentarse donde quieran.
Franco Zeffirelli, que vive rodeado de perros, aprobó la medida, pero siempre que no se sienten en la platea. ¿De nuevo la discriminación, el principio de un nuevo apartheid?
Con tantos problemas, los que más llevan las de perder son… los perros. Pueden ser irremplazables todavía en los anuncios de las marcas de alimentos, pero otros productos que habitualmente los emplean lo pensarían dos veces y apelarían a recursos -en este caso animales- alternativos. La historia de la publicidad abunda en antecedentes exitosos.
Como la vaca de Milka, que aceptó sin chistar que la pintarrajearan; las ardillitas de ginebra Llave, un exitazo de los años ’60, igual que los gatitos de las Lanas San Andrés. Más recientemente, la pick up Ford pudo haber elegido un perro de campo, pero se decidió por un gallo dormilón y más fotogénico.
López Murphy, a su vez, creo que ganaría con el cambio del bulldog, que puede parecer feroz pero que está visto que no intimida, y reemplazarlo por un canguro que entre en la próxima campaña a puñetazos. Le hará falta.
Yo decididamente prefiero a los gatos. Por más que les ofrezcan entradas gratis a todos los espectáculos, seguirán prefiriendo el mejor sillón del living. El gato es tan individualista y complicado, tan parecido a los argentinos, que deberían elegirlo,”animal nacional” del país. ¿Y los perros? Para empezar, no habría que comunicarles el nuevo privilegio, al menos hasta que aprendan a leer…